El atardecer, ese momento del día en el que me siento permeable. Algo tan simple como ver el sol caer para dar lugar a la noche penetra mis sentidos y agudiza mi sensibilidad. Me doy cuenta que la cámara no para de disparar, son fotos que se sacan solas, ya están predestinadas en mi mente como un recuerdo inolvidable. 

No hay dos atardeceres iguales sin importar el día o el lugar. Suele haber una nube de más o una de menos, un rayo que se refleja en el agua o que roza una montaña para caer un un césped verde. Hay atardeceres que son rojos, otros violetas y algunos naranjas. Algunos son neutros y se presentan en color sepia como una foto antigua. 

El sol cae cada día, sin importar si es verano o invierno. No puede detenerse y, además de la vida y la muerte, es una de las cosas inevitables de este mundo. Será por eso que usualmente nos rendimos a sus pies y nos quedamos maravillados. Pero será también por esto de la inevitabilidad que pasar de luz a oscuridad nos provoca cierto temor y se nos eriza la piel.

Me considero un atrapador de atardeceres. Aunque tengo la duda de quién atrapa a quien. Me quedo en silencio, me inspiro y respiro. Medito, suelto y vuelo. El atardecer es lo único que me calma, que me impide ser hiperactivo. ¿Qué debo hacer frente a un atardecer más que callarme la boca y disfrutar?

Arranqué este viaje sin saber apreciar un buen ocaso. Sin darme cuenta la infinita paleta de colores que puede generar el sol, una nube y el agua. Sudeste asiático fue el que comenzó a enamorarme y me termine dando cuenta que si importar donde esté, siempre necesito ver el atardecer. Hay atardeceres que parecen fuego, otros luces de fiesta y hasta los más tímidos donde solo el sol se pone naranja y va desapareciendo. Hay atardeceres con olor a mar y con ruido a olas, hay otros que son de cemento y con ruido a autos. Hay algunos que desaparecen detrás de dunas de arena y algunos no se ven porque las nubes lo prefieren así.

A todos el atardecer nos llega de una manera diferente, pero lo importante es disfrutarlo como a cada uno le guste: en silencio, solo, acompañado, con música o tomando una cerveza bien fría tirado en la playa.