“Por el momento las cosas parecen ir en la dirección correcta. Un país cerrado para casi todos por mucho tiempo, dormido, 50 años de pesadilla para muchos ciudadanos. Finalmente, tal vez, despertando ¿Hacia dónde? El tiempo lo dirá” Anthony Bourdain, Parts Unknown



LLEGAR A YANGON
Llegamos a Yangon en un bus nocturno, de esos que te generan una contractura hasta en el músculo más pequeño de la espalda. El viaje había sido tranquilo, sin demasiados sobresaltos. Entre sueño y sueño recuerdo querer volver a dormirme por la velocidad en la que iba el bus. Siempre digo que si me muero, que sea soñando. El viaje iba a durar unas ocho horas, pero en menos de siete ya estábamos llegando a la ciudad más poblada de Myanmar. La antigua capital que en términos económicos lo sigue siendo.
El bus frenó en medio de la calle. Ni en una estación ni en una parada. Simplemente nos dejó ahí, en una rotonda en la entrada al centro de la ciudad. Había algunos taxistas que se disputaban con miradas penetrantes las decenas de turistas que bajan del bus y habían quedado varados sin saber dónde. Esperamos un rato que despejara, que la bola de nieve conformada por taxistas, turistas y valijas se disperse. Minutos después, pude negociar un precio inferior al inicial con uno de esos taxistas, y nos fuimos al hostel.
EL HOSTEL Y EL CHILENO LOCO
En el afán de no gastar mucho y estar cerca del centro, reservamos una habitación privada en un hostel ubicado en el barrio indio. El hostel estaba en un segundo piso de un edificio que pasa desapercibido por la pequeñez de su entrada. La habitación estaba en el entrepiso: una estructura hecha medio a las apuradas. No había una sola pared interior hecha de ladrillo y los ductos de ventilación estaban a simple vista. Llegué a pensar cuanto duraría ese edificio sin desmoronarse. La altura del techo hacía que yo no entré parado. Creo que cualquier humano de más de 1,70m debía ir agachado como entrando en un túnel vietnamita.
Era temprano, así que tuvimos que hacer tiempo en la terraza, donde servían el desayuno. El calor era insoportable pero así y todo había parejas desayunando en una especie de balcón. Todo sea por el pucho matutino.
Allí conocí al personaje del día: un chico chileno que debatía su mente entre el imperialismo, el capitalismo, el budismo y la iglesia. Todo esto formaba parte de sus ángeles y demonios internos. Peleando una batalla que lo dejaba ahí, en Myanmar, a miles de kilómetros de casa y con una vida nómade. No entendí si estaba de paso o si simplemente era un habitué del país. Era un publicista que criticaba el capitalismo, defendía el machismo indio. Pero, a la vez, profesaba un mundo libre. Una paradoja que me hizo pensar que se había escapado de algún manicomio o que tenía mucho que resolver. Cómo la conversación no iba a ningún lado, yo decidí irme a alguno.
RECORRIENDO LAS CALLES
Rajasthan no huele muy bien, pero si lo comparamos con el barrio indio de Yangon huele como un Duty Free Shop y sus perfumes. La calle de Yangon está teñida de roja por las infinitas salivadas que produce la nuez betel, una droga legal que en Yangon se consume como el agua y se vende en cada esquina. La mastican los pobres, los de clase media y los ricos también, ninguno se priva de tener sus dientes rojos y podridos. La gran mayoría son hombres y usan esta droga para reemplazar al tabaco y por el efecto energético que tiene. La mascan para poder manejar largas hora sin dormirse. Es tal como deja los dientes rojos que la primera vez que vi un adicto a esto, en India, pensé que tenia toda la boca ensangrentada.
Sin darme cuenta en la caminata matutina, crucé gran parte de las culturas de Asia en diez minutos. Salimos del barrio indio y nos metimos en Chinatown. Doblamos en una esquina y vimos una bandera vietnamita, y hasta dicen que la nuez betel viene de Taiwan.
Como Myanmar está aprendiendo a ser un país, también Yangon esta aprendiendo a ser su centro financiero y empresarial, con todo lo que ello conlleva. Sobrepoblación, desarrollo económico, tráfico excesivo, shopping malls, hoteles de lujos, bares de moda, espacios verdes donde la gente busca refugio del calor y, sobre todo, un mix de nacionalidades solamente encontrado en una sesión de la ONU. Hay comida india, china, italiana, thai, vietnamita y seguro que si buscaba bien encontraba también mate y torta frita.
Volví a Myanmar de repente y me choqué con la plaza principal de la ciudad. Parecía una sala de espera de viajeros que aguardaban bajo la sombra de algunos arboles el horario del check-in o que salga el bus para ir al próximo destino. La plaza se ubica exactamente frente al palacio de gobierno. Un edificio largo de estilo colonial, pintado con un tono blanco brilloso, ese que te enceguece si le da el reflejo del sol. Días después, nos daríamos cuenta que la plaza se convertía de noche en un cine al aire libre, con entrada gratuita. Una linda iniciativa para una ciudad que, en algunas épocas, solo se la puede disfrutar de noche por las altas temperaturas.
El calor ya no me dejaba respirar, era hora de descansar un rato. Por suerte, nuestra habitación estaba lista. En ese momento comprobé físicamente la falta de altura en la construcción. Un golpe en la cabeza me dejó en alerta, como quien juega una guerra de bombuchas durante su infancia, esperando el impacto inminente. Salir al pasillo era salir de la trinchera. Con casi 40 grados en la ciudad, no nos quedó otra que dormir una siesta hasta que bajara un poco el sol y poder ir a la Shwedagon Pagoda.
SHWEDAGON PAGODA



Shwedagon Pagoda está ubicada en un complejo budista, con decenas de templos, salones de rezo, figuras de buda y pequeñas estupas alrededor de la gran pagoda que se encuentra en el centro. Rojo, blanco, dorado y más dorado, esos son los colores que se encuentran en este lugar. Todo brilloso y limpio, casi inmaculado, como si una capa invisible no dejara entrar la contaminación de Yangon. Acá nadie escupe y todos caminan descalzos.
A este templo también le llegó el siglo XXI, hay decenas de televisores led con la imagen de buda dentro de los salones de plegarias, y muchas pero muchas luces led. Si, leyeron bien, la imagen de buda se muestra constantemente en pantallas planas colgadas en las columnas de los templos y salones de rezo. Es un lugar de plegarias y oraciones, uno de los templos más importantes del país. Es el lugar principal donde la gente le reza a buda y a los demás dioses. A pesar de ser la principal atracción turística de Yangon, el turismo esta vez juega un rol secundario y el lugar sigue siendo sagrado.



Los turistas, de forma respetuosa la gran mayoría, se mezclan con los religiosos como se mezcla el agua y el aceite, sin tocarse, pero conviviendo con armonía en el mismo recinto.
El atardecer le ganó lugar al cielo celeste, oscureciéndolo cada vez mas. Con la oscuridad las luces se encendieron. Los fieles se encargaron de prender velas alrededor de toda la circunferencia de la pagoda principal. El reflejo del fuego en el perfecto dorado de la pagoda daba la sensación de que estaba siendo iluminada por dos grandes reflectores, pero no era así. Solo el fuego de las velas iluminaba. Los salones de rezo tenían en los bordes del techo tiras led, convirtiendo el lugar en una especie de kermese religiosa. Los burmeses tiene un fetiche con el led, lo usan en todos lados: casas, templos, comercios y hasta cementerios.



KANTAWGYI NATURAL PARK
El día siguiente amaneció con el mismo calor, casi intolerable para cualquier alma no nacida en Myanmar. No teníamos muchos planes, pero Car recordaba haber pasado por una especie de reservan natural el primer día. En el camino, me comencé a sorprender por los edificios empresariales y los centros comerciales que veía. Todo tan occidental que me clavó un puñal en la parte asiática de mi corazón.
La reserva natural Kantawgyi Natural Park bordea un lago en el que se puede ver un restaurant que aparentaba ser de lujo. Flota sobre este, seguido de un edificio abandonado al que la naturaleza le gano terreno. Una imagen muy contradictoria, la simpleza y la paz de la naturaleza contra lo sofisticado que parecía ser ese restaurante. El jardín se divide en varios caminos. Uno que te lleva a una torre con un mirador que ofrece vistas aéreas de la ciudad. Caminamos un poco, aprovechando para salir del caos vehicular y disfrutando de las pocas brisas frescas que ofrecía el día. Pero en algún punto el calor no se aguanto mas, y decidimos refugiarnos en otro lado.



LA BURBUJA OCCIDENTAL
Fuimos a un centro comercial a intentar apaciguar el sofocante calor. Lo bueno de casi todos los centros comerciales de Asia es que la comida es barata, y así fue, comimos por menos de siete dólares los dos. Las marcas de ropa son las de siempre. Las multinacionales que se encargan de mantener la tradición del trabajo esclavo infantil en países como Bangladesh y que convirtieron la compra de indumentaria en algo tan diario como ir a comprar un cartón de leche.
Ya habíamos vuelto al hostel a descansar, pero teníamos ganas de algo mas. Me habían comentado que las vistas aéreas de la ciudad eran increíbles, que tenía que ver las pagodas doradas en medio de una urbe cada vez más caótica. Estábamos cerca de un bar en lo más alto de un edificio empresarial. Fuimos vestidos como quisimos, nuestra mente ya estaba seteada en otro modo. En otra ocasión me hubiese vestido de manera elegante. Cuando me fui de Argentina dejé atrás un espíritu de consumismo salvaje e insaciable de indumentaria. Y ahí estaba, sintiendo orgullo por primera vez de haber superado aquel pequeño problema.
En el camino al rooftop cruzamos un puente peatonal, y ahí pude ver el caos total vehicular que tiene Yangon, cuatro o cinco carriles colmados de autos. No se llegaba a ver el final de la final en ninguno de los dos extremos. El rooftop estaba lleno de occidentales, todos en bermuda, descalzos y tomando una cerveza. Si bien el bar era un poco más caro que lo que veníamos pagando, entendimos que era un lugar turístico y nos quedaríamos igual a ver el atardecer. Cerveza va, cerveza viene, se hizo de noche.
Es algo muy atípico ver una pagoda transformada en rotonda, puesta ahí, en la intersección de dos avenidas muy transitadas. La Sule Pagoda desafía al progreso y a la urbanización desmedida. La veo y comienzo a imaginar cosas fantasiosas: es un portal hacia otros mundos, es un faro para autos o puede ser un dios que emerge desde el centro de la tierra. Saqué unas fotos y seguí pensando en fantasías, seguramente la cerveza y el calor habían tenido que ver.



Yangon fue para mi un nuevo desafío cultural, una ciudad que no es capital pero que se respira como tal. Una mezcla de culturas, una costumbre asquerosa como mascar la nuez betel, un olor nuevo, un idioma inentendible, miradas nuevas de ojos amarillos, sabores extraños. Un país que aun no se acostumbra a lo que es vivir en libertad, pensar por uno mismo, sentirse parte del mundo.