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Una mañana cualquiera a orillas del Ganges

Pasaron varios días después de haber dejado Varanasi, hasta que pude sentarme a leer lo que escribí aquella tarde. La tarde en la que presenciaba las cremaciones e intentaba poner en palabras todo lo que había sentido. Honestamente, no era eso lo único que tenía que procesar. Días después de habernos ido de aquella ciudad, fue cuando me senté a escribir sobre todo lo vivido allí. Escribir es mi manera de pasar en limpio y de procesar. Me ayuda a elegir las palabras justas que describan mis sentimientos.

Varanasi es una de las tantas ciudades indias que es atravesada por el Río Ganges. Es reconocida por ser considerada una ciudad sagrada por el hinduismo y por su extrema contaminación. Miles de hinduistas viajan a Varanasi al menos una vez en sus vidas para tomar un baño purificador en el río. “Limpiar el karma”, lo llaman. Muchos otros, van a pasar sus últimos momentos de vida, para morir allí y ser cremados a orillas del Ganges. Según nos explicaron, tirar las cenizas al río, rompe el ciclo de reencarnaciones y los lleva hacia la vida eterna. A las mujeres embarazadas, a los babas (monjes o sadhu), a los niños, a quienes fueron picados por serpiente y a los leprosos no se los crema, porque se los considera sagrados. Por eso, atan sus cuerpos a piedras y los meten al río.

Llegar a Varanasi, sin embargo, no es pacífico como uno puede imaginar cuando piensa en una ciudad sagrada. Al menos no si se llega de noche. Nuestra llegada estuvo compuesta por una serie de hechos desafortunados. Un taxista estafador y dos hombres siguiéndonos, para llevarnos a cualquier hotel. Caminar más de media hora con el equipaje a cuestas, por los diminutos callejones peatonales que conforman el barrio de los ghats principales. Que la pequeña calle que teníamos que tomar esté cortada por una celebración en el templo. Encontrar al ejército armado de pies a cabeza, en cada esquina. Perdernos, agotarnos mental y físicamente, colapsar, discutir entre nosotros y echarnos culpas. Finalmente llegar, queriendo estar en Buenos Aires, o en cualquier otro lugar del mundo, que no sea Varanasi.

Kedar ghat
Templo típico del sur de India, a orillas del Ganges

Lo bueno de haber llegado de noche, es que una hora después de nuestra llegada ya estábamos dando por finalizado el día. Y al otro día, siempre las cosas mejoran.

Así fue. Al día siguiente nos despertamos temprano, con ganas de un buen desayuno y listos para destrozar esa pésima primera impresión que Varanasi nos había dado.  Caminamos en dirección al río, que estaba más cerca de lo que pensábamos. Minutos después, salimos a pocos metros del Dasaswamedh Ghat, uno de los ghats más importantes. Durante esa mañana nos sentimos muy diferente a la noche anterior. Caminamos tranquilos, observando todo lo sucedía a nuestro alrededor, que no era poco. Los ghat no son más que unas escalinatas o gradas de cemento, que desembocan en el río. Si bien cada uno tiene su nombre y muchos una función específica, no están separados por ninguna construcción. Los ghats están uno al lado del otro, lo que permite recorrerlos caminando, como cuando damos un paseo por cualquier otra costanera.

Se ve mucha suciedad, pero no más de la que habíamos visto en otras ciudades. La contaminación se ve y se siente en el aire. El río no emana olor a podrido como esperábamos, tampoco vimos basura flotando en él. Sin embargo, se ve espeso y turbio. La niebla gris que lo cubre constantemente no es más que la mezcla del humo por las cremaciones 24 horas y de lo que se desprende del río, por la cantidad de desechos que reposan en su profundidad.

Dasaswamedh ghat
Dasaswamedh, el ghat principal

Después de unos minutos de caminata decidimos sentarnos en un escalón del ghat principal. Allí es donde todas las tardes, se realiza la ceremonia nocturna Ganga Aarti, a la que ese mismo día asistiríamos. Enseguida entendimos que el Río Ganges es, no solo lo más famoso, sino también, el escenario más importante de Varanasi.

El Río Ganges, es mucho más que un río repleto de cenizas y extremadamente contaminado. El Ganges es donde todo sucede. Donde la gente toma baños, algunos una vez en su vida, otros todos los días. Allí buscan purificarse los más pobres, pero también, los que se deben sacar los relojes de oro al ingresar. Es donde algunas personas nadan, y otras navegan. Donde los perros, aves y cabras que están sueltos en los ghats, se hidratan. Es donde se lava la ropa, donde se crema a los muertos y donde se tiran sus cenizas.

A orillas del Ganges, algunos rezan, otros piden dinero, unos intentan venderte masajes, otros hasta su sangre. Al mismo tiempo, varios sadhu te ofrecen su sabiduría (monjes hinduistas). A orillas del Ganges nacen cachorros, caminan las vacas y algunos niños intentan conseguir algo que comer. A orillas del Ganges podés pasar horas sentado, observando turistas conmovidos, ceremonias, peregrinaciones, y algunas situaciones sospechosas. También allí, de noche, muchos hombres borrachos buscan mujeres a las cuales acosar. A orillas del Ganges, el mismo río te hace pensar.

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El ghat en el que se lava la ropa

Así como el Ganges, es el escenario más importante de la ciudad, su protagonista es la mismísima muerte. Como para muchos, la muerte para mi es algo terrible. Saber que ese momento, irremediablemente, a todos nos llega, no hace que deje de tenerle miedo. La muerte de las personas que amo es algo a lo que le temo muchísimo.

En Varanasi me encontré con algo totalmente opuesto a lo que a mí me genera la muerte. En Varanasi entendí que, para muchísimas personas, la muerte es un momento de paz. No digo que todas esas personas no sientan tristeza, seguramente sí. Sin embargo, para aquellos hinduistas que se acercan a Varanasi, la muerte es una oportunidad de ir hacia algo mejor. Muchos de ellos buscan la vida eterna.

Pareciera ser toda una cuestión de fé, de religión y creencias. Viéndolo de afuera así parece y así se siente. Se siente la paz de quienes están cumpliendo con una ceremonia en la cual realmente confían. Pero la otra realidad, es que es un gran negocio. Nadie puede ir ahí con un cuerpo y simplemente cremarlo. Una cremación cuesta como mínimo, 10000 rupias. Todo está controlado.

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En la mayoría de los ghats hay muy poca gente

Están los encargados de las negociaciones, hay personas controlando la leña y otras que controlan el fuego eterno. También hay puestos de menor rango y quienes realizan este trabajo no son queridos por la gente de la ciudad. Esos puestos los ocupan quienes buscan entre las cenizas las joyas de los muertos. Revisan las cenizas, en la orilla del río, para recuperar las joyas que se ofrendan y luego las venden. Las maderas que se utilizan están separadas por calidad. El sándalo, es la madera más cara y que muy pocos pueden pagar. Por esta razón, muchos compran una mezcla de varios tipos. El ghat está dividido por sectores y el precio de la cremación también depende del lugar. Los lugares más alejados de la orilla son los más caros.

Gran parte de esto lo aprendimos durante un paseo en bote por el Río Ganges. Paseo que, para mí, es imperdible. Dos horas en las que recorrimos de punta a punta los ghats, observamos sus rutinas y Mar lavó sus manos. Dicen que es purificador y de buen augurio.

En Varanasi también hay templos, algún que otro buen lugar para comer y mercados muy coloridos. Pero, siéndoles sincera, es un lugar de una energía muy fuerte y particular. Aunque a muchos pueda resultarle triste o les dé cierto rechazo, a orillas del Ganges se siente mucha tranquilidad. Si logramos observar todo lo que nos rodea y reconocer cada estímulo, la experiencia es realmente enriquecedora. Esos días en Varanasi, pensé, medité, lloré… crecí.

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Paseo por el Ganges