Llegamos al aeropuerto de Estambul temprano, como casi siempre que tenemos que cambiar de país. Nuestro destino era Creta, la isla más grande de Grecia, pero antes haríamos escala en Atenas.

“Dicen que en Atenas hay huelga en el aeropuerto” escuché decir cuando llegamos a la puerta de embarque, pero no le di demasiada importancia. El vuelo debía salir a la 13:00hs, una hora después de aquel momento y no había señales de nada extraño. La puerta de embarque es el lugar donde todos nos volvemos desconfiados. Nos miramos de reojo a ver si alguno se levanta a hacer la fila, y cuando esto sucede nos levantamos todos, apurados, corriendo, empujándonos ¡A ver si el avión nos deja! Creo que la moda de las valijas carry on y el miedo de no tener espacio para la nuestra nos volvió animales en un chiquero desesperados por no quedarnos con las sobras.

En aquel momento la situación no era para preocuparse, hasta que llegó la hora del embarque. El mostrador seguía vacío. Frente a mi, una chica no paraba de comer papas fritas, su masticar y el ruido del paquete me ponían un poco los pelos de punta. Prendí los auriculares y me sumergí en mi mundo zeppelineano. Antes de que arranque Inmigrant Song le dije a Car: “Puede fallar”, y desaparecí.

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Las Rutas Internas de Creta

LA ETERNA DEMORA

Casi sin darnos cuenta pasó 1h desde el horario oficial del embarque. Había demora, la cual nos dejaba una hora para la conexión. Pensaba que aún no era tan terrible mientras veía que, finalmente, se acercaba un señor al mostrador de Aegean Airlines. Y ahí estábamos nuevamente, habíamos dejado de ser civilizados para convertir la fila en una carrera de obstáculos. Ya no era una fila, era una horda de personas desesperadas por abordar, y yo era una de esas.

Subimos al avión y me dormí. Dormir en el avión no descansa el cuerpo ni la mente. Es una pelea a muerte entre la contractura de cuello, espalda y el cerebro, que quiere estar todo el tiempo en estado de alerta por si el avión se llega a caer. Se duerme en el avión para que el tiempo pase más rápido, se duerme si no hay películas para ver o se duerme si no se tiene incluida la comida.

Me desperté por un sacudón pensando que ya habíamos aterrizado, pero mi desconcierto fue total. Aun estábamos en tierra firme. Eran las 14:50hs ¡Dios mío! No llegamos a la conexión. Dicho esto, el avión comenzó a elevarse y nos perdimos en cielo turco.

“No te preocupes, la conexión es de la misma aerolínea, seguro nos espera. En el avión hay varias personas que están para hacer esa misma escala” me dijo Car, más para tranquilizarme que convencida de sus palabras. Y me volví a dormir.

MI POBRE ANGELITO

El avión aterrizó diez minutos antes de la conexión prevista, eran las 16:20hs, en 10 minutos el avión se iría. Fue esperanzador ver a una persona de la aerolínea esperando por nosotros en cuanto bajamos del avión.

“Vengan conmigo aquellos que tengan conexiones a Santorini y Creta” dijo esta persona.

“¿Nos van a esperar? No llegamos ni de casualidad” le dije derrotado.

“Por eso estoy yo acá, para llevarlos a su conexión” me dijo con un tono esperanzador. Cuando uno está desesperado, le cree a cualquier profeta.

Esperó a todos los pasajeros y comenzamos la odisea de cruzar todo el aeropuerto de Atenas. Corriendo como la familia McCallister para tomar el avión que los llevaba a Florida, yo no quería ser Kevin, no era el momento, así que evité cualquier distracción. Pasamos migraciones de forma exprés, corrimos a través de los pasillos internos del aeropuerto, hasta que llegamos a seguridad.

“Vienen conmigo, necesitan llegar al avión ahora” dijo el empleado de Aegean.

“Tienen que pasar por seguridad igual” contestó el oficial con cara de: no me importa quien sea, acá mando yo.

Pasé mi mochila y comenzó la demora. Me pidieron que les mostrara la cámara, el lente, el disparador a distancia, también prendí la Notebook. Volvieron a pasar la mochila. Se habían olvidado el otro lente, lo mostré. En un revoleo de calentura empecé a putear en español, total en Grecia no iban a entender nada. En medio de esa gresca furiosa de puteadas, lentes y cámaras miré al empleado de la aerolínea. Estaba hablando por handy con cara de derrotado, con esa cara que ponemos cuando nos acabamos de mandar una cagada importante y no queremos enfrentar las consecuencias.

“¿Llegamos?” le pregunté.

“Me dijeron que si” con un tono menos creíble que el discurso de un político

Corrimos otros minutos más hasta que llegamos a un mostrador. Hicimos una fila. Adelante veía cómo las empleadas de la aerolínea discutían con una manada de pasajeros furiosos. Los griegos mueven las manos como los italianos y doy gracias a esto porque sino hubiese sido imposible entender qué decían. El idioma griego suena como el argentino, pero no se entiende ni hola. Nos dimos vuelta para buscar al buen hombre que nos había llevado hasta allí, pero había huido como quien se sabe culpable y quiere evitar la condena.

El reloj me decía que el horario del despegue debería haber sido hacía diez minutos atrás. La información era confusa, no había certezas de que el piloto estuviera esperando a los catorce pasajeros que debían ir a Creta.

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Los pasillos de Chania

EL MOSTRADOR MUNICIPAL

Para nosotros, un cambio en la hora de llegada era complicado. No sabíamos si la agencia de alquiler de autos donde teníamos reserva estaría abierta y además manejar tres horas por una ruta de acantilados, desconocida para ambos, no nos causaba ninguna gracia. Finalmente, después de una fila que se había convertido en la de cualquier organismo público y burocrático, llegué al mostrador.

“Puedo darle dos asientos para el vuelo de las 22:30hs” me dijo la chica.

“El avión ya se fue?” contesté

“Si” dijo casi sobrándome, como si los aviones nunca se retrasaran.

“Ustedes salen dos horas tarde y el avión no puede esperar a quince pasajeros diez minutos?” le dije, con la vena que ya era más grande que el propio cuello.

No tenía sentido seguir discutiendo. Agarré mi pasaje, un ticket que nos dieron para un refrigerio y nos fuimos. No había mucho que hacer. Estábamos en Grecia, el país más sudamericano de Europa, y nos había recibido con una huelga de trabajadores. Pensé que al menos nos habían dado de comer, que habían tenido la atención de darnos la cena ¡Pero qué iluso!

“Señor este cupón no está autorizado, no tiene crédito” nos dijo la chica del café.

“Pero me lo acaban de dar” contesté.

“Déjeme llamar a la aerolínea” me respondió. Luego de diez minutos, volvió con la respuesta. “No me atienden”.

Bajé corriendo por las escaleras mecánicas como si mi vida dependiera de ello. Estrellé mi furia contra un mostrador que ya estaba vacío. Se habían reído en mi cara y se habían ido. Empecé con la paranoia. Seguro que no nos habían puesto en ningún vuelo. El ticket aéreo tampoco serviría. Me iban a mirar con cara rara y me iban a decir que vaya a preguntar al mostrador, un mostrador que ya estaba vacío. Las empleadas de la municipalidad de Aegean Airlines no me iban a querer ayudar. No paraba de crecer la paranoia en mi cabeza. Pasar toda la noche en el aeropuerto de Atenas, perder el alquiler del auto y además perder medio día de playa comenzaba a ser una opción cada vez más real.

EL CACHETAZO

“¿Ustedes están esperando para ir a Creta?” nos preguntó una señora que estaba con el marido. “Soy griega, pero no vivo acá, me cansé de este país, no funciona nada bien”.

“Espero que el ticket aéreo sirva, porque el de la comida no funcionó” le contesté con un gesto de comprensión.

“El nuestro tampoco funcionó, pero bueno, no queda otra que ir a la puerta y esperar. Bienvenidos a Grecia” nos dijo con un tono gracioso, riéndose de la situación.

Seguimos hablando un rato, ella era griega y él era turco. Vivían juntos hacía más de diez años en la parte asiática de Estambul. Entre ellos hablaban en inglés, pero seguro que ella algo de turco hablaba. Y así fue, cómo el viaje me dio otra cachetada de realidad.

“Me preocupa porque tengo que manejar en la oscuridad hasta Kissamos” le dije.

“¿Te preocupa eso? Yo tenía que estar hace dos horas en una clínica para empezar un tratamiento oncológico” me dijo

No supe que contestar. No era nada lo mío al lado de lo que ella había perdido. Había perdido tiempo de tratamiento, tal vez ni siquiera la tomarían en el hospital de noche. ¿De qué me quejo? No había reacción en mis gestos. Ella siguió hablando como si nada hubiera pasado. Mi ego había recibido un golpe de knock out. A veces es bueno recibir un golpe así en un momento de enojo banal. El avión salió en horario y llegamos a Creta, pero yo no emití sonido por un largo rato.

MANEJAR A CIEGAS

La agencia estaba a punto de cerrar y tras un breve papeleo, nos dieron el auto. Había que tomar las precauciones necesarias para llegar. La ruta no tenia muchas luces. En general, en Europa las rutas no están muy iluminadas. Están bien señalizadas con materiales refractivos. La ruta que va desde Heraklion hasta la punta oeste de Creta bordea todo el Mar de Creta. En pocos lugares dobla para el centro de la isla.

Ahí estábamos, en una ruta a oscuras y con sueño. Sabía que las tres horas que marcaba google se podrían cumplir a solamente manejando a velocidad máxima, una velocidad que puede alcanzar alguien que conoce la ruta, o al menos si es de día.

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Lo que eran las vistas de día desde la ruta

La primera hora pasó rápido, entre que salimos de la ciudad y tomamos la autopista, no hubo mayor sobresalto. El problema comenzó cuando agarramos la ruta más angosta. Yo no calculaba las líneas de la ruta, tampoco calculaba bien los costados. Intuía que a mi derecha había barranco, una muerte segura (días después veríamos que la ruta era más fácil de lo que pensábamos y no había tanto barranco).  Pero si me iba muy a la izquierda podía venir alguien de frente y con el impacto iba a parar al barranco igual. En fin, manejaba como ebrio, sin estarlo y con el condimento del cansancio. Esto no pasó desapercibido a los oficiales, que salieron de la nada y se colocaron detrás de mi auto durante un largo rato, al verme manejando así de dubitativo, me hicieron frenar a un costado de la ruta.

“¿Usted estuvo bebiendo?” me preguntó en un perfecto ingles.

“No oficial, recién salimos del aeropuerto tenemos que llegar a Kissamos” le dije.

“¿Pero está cansando? Lo vimos manejar de manera extraña” preguntó con un tono más calmado. Yo sabía que estaba rendido, pero si en mi respuesta flaqueaba corría el riesgo de que me retuviesen por unas horas. Ahí tuve mi momento de lucidez.

“Disculpe, vengo lento y dubitativo porque no conozco la ruta y encima, la primera vez que la tomo, es de noche” dije con una seguridad que sorprendería a cualquier persona que me conoce.

“Ok, bueno, vayan con cuidado”

Luego de salir del control me di cuenta de algo y di gracias a la policía por haberme frenado: estaba despierto nuevamente, sin sueño. El estado de alerta que generó el hecho fue milagroso, como si la policía lo hubiese planeado de esa forma. Car me asegura que lo hacen sabiéndolo. Por suerte pasó, porque la ruta se hizo cada vez más difícil.

Cada tanto se veía debajo una ciudad o pueblo, lleno de luces, a orillas del mar. Una postal que no ayudaba nada a mi concentración. Me debatía entre morirme de amor por la postal que formaba el reflejo de las luces en el mar o morirme en el barranco por la distracción.

El olor del aire en Creta es uno solo: olivos. Casi la totalidad de los terrenos de Creta están plantado con el árbol de las aceitunas y eso sumado al olor al salitre, da como resultado un aroma a aceitunas en salmuera que le abre el apetito a cualquiera. Pero esa noche yo no olía nada, quería llegar, no aguantaba más manejar. Mi orgullo hizo que no le ceda el volante a Car en ningún momento. Tuvimos largas conversaciones constructivas como esta:

“¿Cuánto falta?”

“Tres horas”

“¿Cuánto falta?”

“Dos horas y media”

“¿Cuánto falta?”

“Dos horas”

“¿Cuánto falta?”

“¿Sos pelotudo? Pasaron solo cinco minutos”

Y finalmente, llegamos a Kissamos. Que en un mal chiste de espanglish seria “besamos”. Y si, fue un beso y a dormir, eran las 4:30AM.

elafonisi
Finalmente fue una semana hermosa