Antes de llegar a Siem Reap, no había leído demasiado sobre viajar por Camboya. Para muchos esto puede no ser precisamente malo, pero yo siempre leo sobre viajes. Más aún, sobre los destinos que planeo visitar. Los primeros meses de nuestro viaje largo estaban bien organizados. En nuestras prioridades asiáticas estaba Siem Reap para conocer la región de Angkor y, poniendo en balanza todas las demás ambiciosas prioridades que teníamos, no nos daba el tiempo para recorrer mucho más del país.
Todo lo que sabía sobre Camboya estaba relacionado con su terrible historia y con el genocidio que sufrieron no hace muchos años atrás. En cuanto a los viajes, las pocas experiencias que había escuchado, coincidían en que era un país feo, con exceso de suciedad y con gente poco receptiva.
Reconozco que solo conocí una ciudad y que casual o causalmente, es la más turística y organizada del país. De todas maneras, mi experiencia lejos estuvo de ser negativa. Y me permito dudar del hecho de que el resto del país sea tan malo como me contaron.



Entre 1975 y 1979 Camboya fue gobernada por un régimen maoísta. Se estima que durante este período murió un cuarto de la población del país en lo que se conoce como el “genocidio camboyano”. Gran parte de los muertos fueron aquellos civiles más calificados, escolarizados y universitarios, que eran considerados la mayor amenaza por el régimen. Como consecuencia, aún hoy, gran parte de la población no está escolarizada y tiene muy bajos recursos, lo que hace que, en líneas generales, sea un país de mucha pobreza y al cual le cuesta mucho salir adelante.
Conocer, aunque sea a grandes rasgos, un poquito de la historia de los países que visitamos es fundamental. La historia hace al pueblo, y no podemos esperar las mismas costumbres y conductas de un país súper desarrollado, con economía fuerte y altos estándares de educación, que de uno que está aprendiendo a ser país, que todavía llora las muertes injustas y violentas que sufrió, y que se esfuerza todos los días para que las generaciones más jóvenes accedan a la educación que los adultos no tuvieron.
Entonces, ¿qué tan justo es criticar la suciedad o las formas de recibimiento que se viven en Camboya? ¿Qué derecho tenemos como visitantes de juzgar sus conductas (o las de cualquier lugar que visitemos)? Cuando viajamos, podemos sentirnos más o menos cómodos en un lugar, por supuesto, pero la solución a eso es elegir una de dos opciones: no ir, o ir y vivirlo con empatía y respeto.
Llegar a Siem Reap
La llegada a Camboya estaba cargada de emociones. Nos esperaba un reencuentro con grandes amigos con quienes recorreríamos la milenaria región de Angkor y haríamos un recorrido por Tailandia. Sin embargo, por un momento, me olvide del encuentro y de todo lo que estábamos por vivir. La ventanilla del avión logra eso, que me olvide de todo, incluso del miedo a volar, y que mi atención no se mueva de la imagen del otro lado del acrílico. Mi cerebro no podía desaprovechar ese momento en el que rápidamente, pero muy lento para nuestros sentidos, nos acercábamos a tierra firme.
Ese momento en el que atravesamos el colchón de nubes y las imágenes comienzan a volverse más nítidas.
Un cielo despejado me permitía identificar, a simple vista, dos colores predominantes. El verde de los árboles que parecían querer tocar el avión, y los marrones, de las tierras y los ríos camuflándose en ellas. Todo lo que veía parecía ser salvaje. Se veían caminos de tierra bien marcados, pero no se veían autos. El avión bajaba cada vez más, y no podía divisar ni una persona. La vista a la ciudad estaba del otro lado, así que todo lo que vi, fue un suelo camboyano deshabitado, como esperando ser algo más que tierra.
Esa sensación de ver un pueblo querer ser, querer crecer, se mantuvo a lo largo de los días que duró nuestra visita.



Suelo camboyano
Los taxis en Camboya son como los rickshaw indios, como los tuk-tuk tailandeses, una moto enganchada a un carro con asientos. En Camboya, los tuk-tuk parecen carruajes y nosotros casi que tuvimos nuestro carruaje personal toda la estadía.
Mr. Tim es flaquito. Flaquito flaquito. No mide más de 1.50 y su contextura física es como la de un adolescente. Trabaja para el hotel que reservamos y, al parecer, lo conocen todos, porque a medida que nos acercamos al centro de Siem Reap, va saludando a las personas que nos cruzamos.
Un poco para asegurarse unos días de trabajo y otro poco de corazón, fue él quien nos recomendó que recorramos la zona con un tuk-tuk y conductor. “Ya quedan pocos lugares que alquilan motos a turistas, viven teniendo accidentes y la policía lo quiere prohibir, lo mejor es que consigan a alguien que los lleve”, nos dijo en un inglés simple, no tan correcto, pero perfectamente entendible.
Sobre Siem Reap, como ciudad, no puedo decir que me haya causado una gran sorpresa. Al menos mi primera impresión me hizo pensar en que esa famosa y turística ciudad podía ser, incluso, un pueblo cualquiera del interior de nuestro país. Calles tranquilas, algunas de tierra, algunas con veredas, otras con cordones imaginarios. Almacenes, despensas y ferreterías que al mediodía paran para descansar. Un par de camionetas de esas que usa la gente del campo, motos que van y vienen, algún que otro animal de granja suelto.
La cosa, creo yo, cambia de noche. Las calles principales toman otro tinte. Luces LED de todos los colores, restaurantes con comidas de todo el mundo, puestos de helados de rollitos y de frituras varias. Turistas por un lado y por el otro y familias locales que, intuyo, esperan a que el sol se esconda para salir y sentir, al menos, tres grados menos de temperatura. Las calles se llenan de gente, varias se cierran al tránsito y se convierten en peatonales. Abunda la venta de los típicos pantalones con telas de elefantes que ningún local usa, pero que todos los turistas compran como souvenir autóctono. Masajes con manos, con agujas, con piedras y con peces. Mercados enormes y algún expatriado europeo con puestito propio. Mercados de alimentos, de ropa, de artesanías y de porquerías chinas, aunque no tan fragmentado y organizado como suena.



Es cuando baja el sol que los comerciantes se abalanzan sobre los turistas y recurren a todo tipo de técnica y estrategias de ventas. Si, es verdad, Siem Reap es en uno de los lugares en los que más cosas me quisieron vender. Los cantitos al ritmo del “one dollar please” quedaron como banda sonora del viaje con amigos. Por momentos, la cosa se ponía intensa. Me agarraron las manos más de una vez y alguna que otra vez del brazo para obligarme a comprar, y en una caminata de cinco metros me bajaron el precio de una remera que nunca quise, de 20 a 5 dólares. Entiendo que a los argentinos les choque la insistencia, allí la moneda de intercambio es el dólar (estadounidense), y los camboyanos dan por hecho que todos los turistas llegan con unos cuantos en sus billeteras.
Sí, es verdad, se ve bastante basura, en las calles, en los templos. La tierra se mete por todos lados y la conciencia ambiental no abunda. Y no, no hay jardines con flores de colores perfectamente podados, no hay rascacielos, y lo pintoresco, quizás lo encontremos solo quienes vayamos con ganas de encontrarlo.
Pero Camboya, la Camboya que yo conocí, es un lugar tan simple como hermoso. Hermoso por su calma y autenticidad, incluso recibiendo miles de turistas por día. Un lugar con gente que tiene la fortaleza de levantarse una y otra vez, que no recibe ayuda de nadie y que se ve perjudicado por unos cuantos. Camboya en un lugar que tiene mucho para enseñarnos y por eso, creo yo, deberíamos viajar agradecidos de poder conocerlo y con la paciencia para que las diferencias culturales no se conviertan en una molestia, sino en un atractivo.



Cosas que tenés que saber si vas a viajar a Siem Reap, Camboya(Muchas de las cuales aplican para todos los países de Asia, muchas de las cuales aplican a cualquier lugar del mundo)En Siem Reap siempre hace mucho calor. Mucho calor es ese calor que te da ganas de arrancarte la piel. Un calor húmedo que hace que tengas que escurrir tu remera para sacarle un poco de la transpiración acumulada. Angkor, es una región repleta de historia, monumentos y templos. Esto último es importante no olvidarlo en ningún momento. Hay normas que debemos respetar. En las normas y reglas de convivencia del lugar indica que la vestimenta debe ser acorde. Es decir: hombros tapados, rodillas tapadas, nada de espalda descubierta ni escotes pronunciados. No, nadie te va a decir nada si no lo cumplís. Que no haya una persona en cada uno de los infinitos templos diciéndote que te tapes, no quiere decir que te puedas pasear en top, musculosa o shorts por el lugar. Si estás viajando a Camboya, seguramente tenés acceso a información. En los mismos lugares donde encontrás información sobre los precios de las entradas y sobre las normas, encontrás información sobre los pronósticos del clima. Seguramente, si estás viajando a Camboya sabes que va a hacer mucho calor (y sino te lo cuento acá). Andá preparado para eso y para al mismo tiempo cumplir el código de vestimenta del lugar. Si no podés soportar tanto calor como para aguantar una vestimenta acorde a un templo, quizás sea mejor que elijas otro destino. (Vale para todo Asia, pero por algún motivo, en Angkor es en el lugar que más gente vimos “cagándose”, perdón por la palabra, en las normas del lugar) En Angkor está prohibido volar drones. Mi sentido común no me dejaría agregar mucho más a esta afirmación. Te lo estoy contando. Esto y los carteles que hay en el predio deberían bastar para que, si tenés un dron, lo dejes en el hotel el día que visitas las ruinas o templos. No es de vivo incumplir las normas, es de irrespetuoso. La mejor forma de recorrer Angkor es en “tuktuk”. Contratar un tuktuk con conductor en Siem Reap para hacer los recorridos por las ruinas es muy económico y práctico. Nosotros contratamos por tres días a Mr. Tim, el conductor que trabajaba para nuestro hotel. Un día hicimos el recorrido más largo, otro día el más corto, y el tercer día volvimos a recorrer los lugares que más nos habían llamado la atención, más algunos templos perdidos que no están incluidos en ninguno de los dos tours que se ofrecen. Nosotros no contratamos ningún guía, pero si pueden hacerlo, lo recomendamos, al menos para el tour de los templos más grandes. La zona de Angkor también se puede recorrer en bicicletas que se alquilan en varios puntos de la ciudad. Quizás esta sea una buena opción para quienes estén en buen estado físico o no sufran de las altas temperaturas (no fue nuestro caso). Por lo general, el alquiler del tuktuk incluye agua fresca para el recorrido. Recomendamos averiguar de antemano, asegurarse de que van a tener con qué hidratarse, algunas frutas y bolsas para la basura. |