Sentía que habíamos estado muy poco tiempo en Pushkar como para escribir un artículo para el blog. Pensaba que no había vivido lo suficiente, como si el tiempo fuera garantía de experiencias. Tiempo después, revisando mi diario de viaje me pregunté: ¿Cómo no escribir nada acerca de una ciudad que me generó pocos estímulos? ¿Acaso no es eso algo para destacar tratándose de India?



Nos hospedamos en una zona tranquila, apartada de la calle céntrica. Caminando por sus calles me sentí tranquila. Me sentí como en las caminatas de domingo por la tarde en Urquiza. La pequeña Pushkar se caracteriza por los comercios de ropa, bolsos y mantas, los puestos de falafel deliciosos, los mochileros. También por los indios que intentan ser tu guía sin que lo sepas y cobrarte por eso, y por los italianos expatriados. Sumado a las vacas, los burros y los pequeños jabalíes que andan sueltos por las calles, por supuesto.
Por algún motivo decidimos que una noche en Pushkar sería suficiente. Es una ciudad de la que no podría contar demasiado sobre atracciones o sus “10 cosas que hacer en”. Es que no hay. De hecho, pienso en qué respondería si alguien me preguntara para qué ir a Pushkar y no tengo respuesta. Pero sé que si me preguntaran si vale la pena ir, diría que sí.
Una noche en Pushkar, fue suficiente, pero si nos hubiésemos quedado dos, tres o cinco, también hubiese estado bien.
Little Italy
Llegamos en auto desde Udaipur. Un viaje que se hizo largo por la distancia, el calor y por el olor que había dentro del auto. Dejamos todo en nuestra habitación y salimos en busca de comida. Mientras caminábamos por las calles de tierra que nos conducían al centro, buscábamos en el teléfono algún lugar con buenas reseñas para comer. Todavía no estaba como para arriesgarme.
Para nuestra sorpresa, en la corta lista de restaurantes de Pushkar, había unos cuantos lugares de comida italiana. Por un lado, nos sorprendimos, pero por otro, no nos pareció tan extraño. La cocina italiana es reconocida mundialmente. La pizza y la pasta son tan universales como el idioma inglés. Además, con algunas variantes, se pueden cocinar en todo el mundo. A uno de ellos fuimos.



La mayor sorpresa llegó después, cuando empezamos a encontrar italianos que, al parecer, no estaban temporalmente allí. Los veíamos haciendo compras cotidianas y charlando con la gente del barrio. Vimos a una italiana tomando chai con el dueño del negocio de telas y a otro vendiendo en la pizzería de la vuelta del hostel. No investigamos demasiado, ni tuvimos la oportunidad de charlar con ellos, pero al parecer, Pushkar tiene una pequeña comunidad italiana.
Paso en limpio y edito estos relatos estando en Italia, lo cual me hace pensar bastante. No me gusta comparar los lugares que visito y me fastidio un poco cuando alguien lo hace. Sin embargo, me animo a decir que India es para mí, la hermana asiática de Italia. Si hay dos países que, para ser tan diferentes, comparten demasiadas costumbres esos son India e Italia.
Encuentro similitudes en la comida abundante y la intensidad en las cuestiones familiares. En las costumbres de sentarse en la mesa en grupos grandes y las reuniones de hombres en las calles. También en el poder de sus religiones y en lo ruidosas que son sus ciudades. Por momentos también, en lo exagerados y en lo detenidos en el tiempo que muchas veces parecen estar.
Claro que esto no es una crítica ni algo que encuentre negativo. Esto es, simplemente, una apreciación personal que comparto con ustedes, como siempre, a partir de mi experiencia.
Visitar templos
Heredé la pasión por viajar de mi abuela Coca. Un poco vino de sus genes y otro poco se encargó de enseñármelo. Podría hablar y escribir horas sobre todo lo que siempre hablamos relacionado a los viajes. Incluso me animo a decir que hoy, con sus 89 años y ya sin viajes planeados, es la persona que más entendió y apoyó esta idea de viajar por el mundo.
Un día estábamos tomando mate y me preguntó “¿Carli, cuando vos viajas, visitas las iglesias?”. Le respondí que sí, porque es algo que siempre hago. Pensé que su pregunta venía por el lado de su catolicismo, Coca siempre fue muy creyente. Pero continuó: “No importa de qué religión sea, vos siempre tenés que visitar las iglesias y los templos de los lugares a los que vas. Las iglesias son lugares tranquilos, donde uno puede pensar en silencio y donde SIEMPRE tenés que aprovechar para agradecer”.



Reconozco que me sorprendió con el comienzo de su discurso. Sé que nunca visitó ningún lugar de otra religión que no sea la católica y, si hay algo por lo que a veces discutimos, es por lo tradicional de sus pensamientos. Sin embargo, ahí estaba, una vez más, sorprendiéndome, enseñándome sobre el mundo, sobre los viajes, sobre la vida. Explicándome cómo ser cada vez más permeable y recordándome lo importante de agradecer el poder cumplir mi sueño. Por eso, siempre encaro para los templos, esté donde esté. La abuela tiene razón. Si hay lugares donde uno puede ordenar sus ideas, meditar, llorar y agradecerle a la vida, esos lugares son los templos.
Mi límite son las ceremonias. No me gusta entrar a los templos cuando en los mismos hay alguna misa o ceremonia. Siento que molesto, que, aunque no haga ni un sonido, no tengo que estar ahí. Ese es un momento de los que practican la religión y me siento en la obligación de respetarlo. Y eso es lo que sucedió en Pushkar.
Donde termina el centro, por la calle principal de Pushkar, hay unas escaleras que te llevan a un templo hinduista. Ese es uno de los más importante de la ciudad. Nos dirigimos hacia ahí, pero cuando llegamos no entramos. Había algunos turistas que entraban y salían, al mismo tiempo que la gente del lugar entraba a rezar. Faltaban unos minutos para que empiece una ceremonia, así que con Martin nos miramos y volvimos sobre nuestros pasos. A ese templo no entraríamos y no hizo falta que nos digamos nada, para saber lo que acabábamos de consensuar.
El lago sagrado de Pushkar
El Lago de Pushkar es sagrado. No tiene la fama ni la propaganda turística del río Ganghes, pero para el hinduismo es igual de importante. Es considerado un lugar sagrado y de peregrinación.
Aunque si lo buscan en Google encontrarán cientos de imágenes del lago, no está permitido fotografiarlo. Que no se pueda tomar fotos me hace pensar en dos opciones. O realmente quieren mantener el lugar como sagrado y no convertirlo en una mera atracción turística; o que hay algún punto, en toda su circunferencia, en el que alguien se beneficia del permiso para fotografiar.



Está rodeado por más de cincuenta ghats desde donde los devotos ingresan al agua para tomar un baño sagrado. El lago está protegido por la ciudad. Diferentes construcciones funcionan como una especie de muro defensor dejando algunos espacios de paso entre las calles y los ghats.
Cualquier persona puede ingresar, pero descalzo, lo que genera una especie de mafia entre cuidadores de calzados. La entrada es libre y gratuita. Aunque algunos locales están siempre pendientes de conseguir viajeros a quienes guiar por la zona a cambio de unas rupias. La estrategia es sencilla y todos utilizan la misma. Se acercan simulando querer saludar o “dar la bienvenida”, estirando su mano, en la que tienen una pequeña flor. Si le damos ese apretón de manos, agarrando la flor, ellos automáticamente consideran que aceptamos su ayuda. No se separarán de nuestro lado en todo el día y cuando nos queramos ir nos exigirán dinero. por el “servicio prestado”. Incluso si durante todo el recorrido lo ignoraste, pero él considera que te acompañó.
Tuvimos la suerte de que nos cuenten este detalle antes de llegar a Pushkar. Lo que ayudó a que controlemos el impulso de devolverle el saludo a determinadas personas que nos cruzamos. Acá estamos, devolviendo el favor que recibimos.
El hostel y su terraza
Paramos en un hostel pintado a mano. Cada pared, cada rincón, cada habitación tiene cientos de pinturas que hicieron los dueños y quienes trabajan allí. El chico que nos recibió nos contó que tardaron siete años en terminarlo. Allí, además de haber estado muy cómodos, conocimos personas de esas que por algún motivo quedan en tus recuerdos. Por eso, de haber estado más días en la ciudad (pueblo diría yo) no me habría dado culpa pasar largos ratos sentada en la terraza. tomando mate, escribiendo, charlando con quien se siente a mi lado, o en silencio, respirando India.
Si hay algo que viajar me enseña todos los días, es a ser cada vez menos prejuiciosa. Si, a veces pareciera que esa es una frase armada que todos los viajeros usamos, pero realmente lo siento así. Creo que el ser humano naturalmente es prejuicioso. Sin embargo, a mí, viajar me demuestra que serlo es una tontería y un acto de completa ignorancia. Sé que a muchos viajeros les pasa lo mismo, pero esa tarde en Pushkar, me tocó chocarme con otra realidad.



Pienso que hay tantos tipos de viajeros como personas que viajan en el mundo. Como en la vida, viajando cada cual se maneja como le parece, se siente cómodo, puede, o como le sale.
Como una inocente y principiante viajera, pensé que todos los que elegimos este estilo de vida éramos conscientes de que no todo el mundo lo comparte. Lamentablemente, también están esos viajeros que piensan que viajar es lo mejor de este mundo y que todos deberían sentir lo mismo. Viajeros que desprecian al que no le gusta viajar. Como si viajar fuera siempre perfecto, como si vivir viajando fuera perfecto. Como si soñar con otras cosas o tener otras metas no fueran importantes y válidas. No solo eso, dentro del “ambiente viajero” también hay mentes cerradas y desprecio, incluso hacia otros viajeros.
Esa tarde en la terraza éramos seis personas, de varias partes del mundo, sentados en ronda, charlando, conociéndonos. Yo tomaba mate con Mar, le daba de probar a los que no lo conocían y escribía en mi cuaderno. Mientras tanto, un chico fumaba marihuana, otro comía papas fritas con ketchup y una chica se hacía un té con jengibre y cúrcuma para la gripe. Charlamos de varias cosas hasta que una persona, experta en viajes de bajo presupuesto, me sorprendió con su crítica. ¿Por qué iríamos a Goa y a Kathmandú en avión? Lo mejor era ir en tren a donde se pueda, continuó. Afirmó que tomarse aviones en viajes largos es una estupidez y que, si estábamos en India, teníamos que pasar por al menos un viaje en tren de más de treinta horas de duración. Eso, entre otros comentarios del mismo estilo.



Por supuesto, esa conversación no arruinó la buena onda del momento ni impidió que después vayamos a cenar todos juntos. Lo tomamos como una simple opinión y le contamos el porqué de nuestras decisiones. Pero en ese momento nos dimos cuenta de que hay viajeros prejuiciosos. Como, por ejemplo, algunos expertos en ahorro que desprecian al que viaja diferente, al que paga un poco más por comodidad, o por desconocimiento. O el que viaja con todos los lujos y trata al “mochilero”de sucio y vago, sin conocerlo. Los que defienden al que hace dedo y desprecian al que elige tomarse un avión (incluso si le contás que conseguiste vuelos en oferta o que cambiaste millas).
Me pregunto por qué. Si, en definitiva, cada cual debería hacer lo que le gusta, lo que le hace feliz, de la manera que le salga, o de la manera que quiera. ¿No se supone que cuanto más viajás por el mundo, más realidades conocés y menos prejuicios tenés? No, definitivamente no. A muchos viajar ,y la vida misma, nos puede enseñar a no criticar al otro por sus decisiones; pero a muchos nada ni nadie les enseña tanto.


