(Por una persona que siempre soñó conocerla)

Mi deseo de viajar a India empezó a aumentar a la par que mi cansancio por trabajar en algo que no me gustaba. Empecé a sentir que en mi día a día, era muy difícil encontrar algo que me sorprendiera. Aunque siempre fui muy inquieta e hice mil actividades, sentía que estaba perdiendo mi capacidad de asombro. Creía imposible sorprenderme de algo en Buenos Aires, y viajando me pasaba lo contrario. No importaba a dónde, si ya conocía el lugar o si era un lugar nuevo. Agarrar la ruta, o subirme a un avión hacía que mis sentidos se agudicen. Pero empecé a necesitar algo más. Quería viajar a un lugar que fuera bien distinto a lo que conocía, que me devolviera esa capacidad de asombro que creía perdida. Así, la idea de cumplir mi sueño de viajar a India tomaba cada vez más fuerza.

Lo aburrida que estaba de mi cotidianidad y mis ganas de viajar a India, hicieron que idealice al lugar completamente. Algo me decía que India me iba a encantar, que iba a amar India. Lo que nada ni nadie me decía era que llegar a eso, es un camino largo y difícil. Nadie me dijo lo difícil que es llegar a India. ¿Alguien me lo tenía que advertir? Por supuesto que no, era algo probable y lógico, nadie debía decírmelo. Pero India ya era, en mi cabeza, el lugar más lindo del mundo.

El 2 de enero de 2018 empezaba nuestro viaje largo, nos íbamos a India. Empezábamos el viaje con dos horas de demora en nuestro vuelo a Ámsterdam. En otras circunstancias, dos horas no son demasiado, pero en esas, la demora significaba perder el vuelo a Delhi. Llegamos a Amsterdam en medio de una tormenta que hizo de nuestro aterrizaje, el peor del mundo. Sin embargo, por la tormenta, el 90% de los vuelos de ese día estaban retrasados o cancelados. Nos esperanzamos, pero el nuestro no lo estaba, lo habíamos perdido.

Bajamos del avión y nos perdimos tratando de encontrar a alguien de la aerolínea que nos diera información. Cuando los encontramos, nos dijeron que ya estábamos asignados en un nuevo vuelo que despegaría en quince minutos. Si, en ese momento, la puerta de embarque se estaba cerrando y nosotros estábamos a cuadras de distancia. “El aeropuerto de Ámsterdam debe ser más grande que todo Holanda” me dijo papá antes de salir. En ese momento, mientras corría para no perder otro vuelo, no paraba de pensar en esa frase.

Llegamos al enorme avión de dos pisos. El vuelo tenía que ser de ocho horas, que fueron diez y parecieron mil. Al acercarnos a Delhi, el piloto tuvo que “hacer tiempo” para poder aterrizar. Delhi se había vestido de su peor y más intensa polución para recibirnos y eso impedía que pongamos los pies en la tierra. Por la ventanilla del avión, el cielo se veía rojo y no se distinguían las luces de la ciudad. Nunca vi algo igual.

polución
La polución de Delhi desde mi ventana

Bienvenidos a India

Eso fue lo que nos dijo el hombre que nos recibió en migraciones. Con nuestra e-visa en mano, pasamos sin tener que hacer ni un minuto de fila. Eran las 2 de la mañana, salimos del aeropuerto y las sensaciones más extrañas vinieron a mí. Llegar a la noche a un lugar que no conoces, hasta ese entonces me parecía horrible (digamos que hoy ya me acostumbré). La oscuridad de la noche te hace difícil el reconocimiento del lugar. Todo puede ser más incómodo si encima es un país con un idioma que no hablas, con una escritura que no conoces y con una polución que complica el panorama y no te deja ver ni a dos metros de distancia.

Pagamos un taxi del aeropuerto, que era lo recomendable para llegar al hospedaje que teníamos reservado. Es normal en India y en varios países de Asia que otros taxistas estén esperando a viajeros para estafarlos. Te dicen que, por algún motivo, al hotel al que querés ir no se puede llegar, y que por eso deben llevarte a otro (con el que tienen comisión). Fue inevitable pensar que el taxista prepago también nos iba a estafar, pero llegamos al hotel perfectamente. (Como sabíamos que llegaríamos a esa hora, reservamos para esa noche uno de esos que están cerquita del aeropuerto).

Martin estaba bien, cansado pero tranquilo, normal, como siempre. Pero yo estaba mal, tensa, nerviosa, angustiada, incomoda. Nos habíamos cruzado con pocas personas en el camino, pero me sentí muy observada. Odio sentirme observada. No sé qué era lo que esperaba, bajarme del avión y decir: “ay India, te amo, que hermoso país sos”. No, claro que eso no pasó. ¿Hay alguien a quien le pueda pasar eso? Solo había recorrido la escasa distancia que separan al aeropuerto del hotel, ¿como podría amar India o sentirme tan mal en tan poco tiempo? No lo sé. Me acosté sin nada de sueño, y en lo único que pensaba era en que quería estar en mi casa.

A la mañana siguiente fuimos al hotel donde nos hospedaríamos esos dos días en Delhi, en el barrio Paharganj. El trayecto fue bastante largo, unos 45 minutos de excesivo tránsito y bocinas. Al llegar, mi primer sentimiento fue querer quedarme encerrada en el hotel ese día, y los siguientes 45, pero no. Dejé de lado todos esos sentimientos horribles y el terrible sueño por el Jetlag, y salimos a pasear.

La idea de que nos iban a querer estafar, lamentablemente, estaba muy presente en nuestras cabezas. Por querer evitarlo, fuimos estafados en la primera salida.

En la puerta del hotel siempre había un señor parado, que te preguntaba a donde ibas y si necesitabas taxi. A nosotros, inexpertos, recién llegados y cargados de prejuicios, nos pareció que esa era la típica situación de estafa. Salimos del hotel, caminamos una cuadra orgullosos por haberle dicho que no a cuatro rickshaws y al señor de la puerta del hotel. Nos pusimos a hablar con otro hombre que, por algún motivo difícil de entender, nos inspiró confianza. Nos “ayudó” a conseguir un rickshaw que, por cuarenta rupias, nos llevaría a India Gate. Pero cuando subimos, él también subió (raro) y a los cinco minutos lo hizo frenar en una agencia de turismo. Le agradecimos, le dijimos que no y pareció quedarse conforme. Él se bajó y nosotros le pedimos al conductor que continuara hasta el India Gate.

Mágicamente a los cincuenta metros, el rickshaw se apaga y el conductor nos dice que se quedó sin nafta. Le dijimos que nos cobre las cuarenta rupias y que nos íbamos, pero no tenía cambio para darnos de vuelto, así que enojados le dejamos cincuenta rupias y nos fuimos. Por supuesto, no nos enojamos por las diez rupias, nos enojamos por haber creído que un rickshaw nos podía llevar a algún lugar por menos de cien rupias. Estábamos enojados con nosotros mismos. Era la primera vez que sentíamos impotencia en India, porque claramente, el rickshaw no se quedó sin nafta. Con el correr de las horas, empezamos a adaptarnos. Encontramos un rickshaw que por unas pocas rupias nos llevó a algunos puntos de interés y nos hizo de guia.

New Delhi
Una tarde en India Gate

Un poco sabíamos con qué nos íbamos a encontrar. Pero la polución nos impresionó, se hacía difícil respirar, el cielo se veía gris constantemente, aunque no hubiese ni una nube. Por la tarde vimos el sol, pero no como acostumbrábamos, lo vimos como un círculo rojo. Parecía que alguien lo había pintado con un marcador sobre el cielo. El sonido de las bocinas de los coches y motos era constante, no había un minuto en el que no se escucharan. Por momentos uno se acostumbra, pero hay otros en los que realmente se necesita un poco de silencio. La contaminación es más intensa de lo que uno se imagina. Sin embargo, por haber sido nuestro primer día, pudimos caminar bastante. De a poco, yo me fui relajando y acostumbrando a que los indios nos miren mucho.

El segundo día, nos organizamos mejor para recorrer. Elegimos algunos lugares que queríamos conocer y decidimos usar UBER para hacer algunos trayectos por la ciudad. Es más barato que lo que un occidental puede negociar un rickshaw y te lleva a donde vos querés sin ofrecerte ningún otro servicio. Eso nos permitió recorrer más tranquilos.

Tumba de humayun
Delhi. Tumba de Humayun

Pero el bienestar no era constante, durante toda la primera semana no lo fue. Hubo momentos en los que no quería salir del hotel, me sentía aturdida de solo pensar en salir a la calle. Aturdida por las bocinas, por los ruidos, por la cantidad de gente. Me sentía colapsada, los estímulos eran muchos, era demasiada realidad para procesar. Vacas en las calles, basura por donde mirase, nenas y nenes solos por todos lados, desnutridos, desnudos, sucios. Era mucha la información, era mucho todo. India es eso, es mucho de todo.