Kurashiki llegó a la lista de lugares a visitar, de forma misteriosa. La idea era ir a Okayama pero la escasez de alojamientos nos fue empujando un poquito más al sur y una invitación nos llevó a Kurashiki. Animé y manga que me acompañaron durante mi infancia, películas que las recuerdo más en sepia que en color. No hay forma de que Kurashiki no me parezca familiar.



Kurashiki es un pueblito. Tiene un canal que lo cruza, varios puentes de piedra, calles repletas de casas bajas típicas construidas en madera color marrón con algunas paredes blancas, piedras grises y las típicas puertas japonesas hechas con tiras de madera. Al final de algunas calles se ven los montes, donde se ubican algunos templos en las alturas. Como en todo Japón, sintoístas y budistas conviven en una paz absoluta.
Tengo la sensación de haber estado antes ahí, aunque sé fehacientemente que nunca he estado en ningún lugar siquiera similar. Los niños pasean por el casco antiguo cuando salen de la escuela, todos vestidos con el mismo uniforme se funden como en un gran mural con el color del pueblo, que no sale del gris, del marrón y del blanco.
EL LUGAR
Por el canal pasean antiguas barcazas, que manejan algunos japoneses vestidos con el típico kimono y el sombrero de paja que me recuerda a Raiden de Mortal Kombat. Cada tanto espero parado en el puente a que pase, no sé si habrá fotos más pintorescas que el conjunto del canal, los árboles y una barcaza cruzando por debajo del puente al son del movimiento de los brazos del conductor.



La calle central está repleta de lámparas de papel, las llamadas Chochin Moji, que se prenden cuando el sol comienza a descender detrás del horizonte. Las lámparas suelen dar la bienvenida a diferentes comercios, la gran mayoría son artesanos. Hay adornos, postales, mucha ropa hecha a base de retazos de jean, hay papelería y trabajos en cuero. Kurashiki debería significar tradición, aunque no estoy muy seguro que esa sea la traducción correcta.
DE NOCHE
Durante la mañana hay bastante gente que viene en tours. Llegan buses de varias ciudades de Japón, y es difícil cruzarse con occidentales. Kurashiki es un lugar de turismo local y eso se nota en el silencio del ambiente aunque estemos rodeados por cientos de personas. Pero como muchas ciudades donde los tours invaden sus calles de día, Kurashiki de noche se convierte en una postal deshabitada. La escenografía se presenta en un rotundo silencio, y con esa hermosa desolación que tanto amamos los fotógrafos.
Los barcazas ya no surcan el agua, y la quietud es total para convertir todo el canal en un gran espejo de las luces y las casas que se elevan a lo largo del mismo. La comida también es espectacular, algunos pequeños comercios sirven delicias como el ramen a base de soja que comimos rodeados de gente local.
Me encanta Kurashiki y no tuve que escribir más de una carilla para darme cuenta. A decir verdad, lo supe desde el primer momento. Desde el primer ocaso, desde la primera sonrisa de un local, desde que entramos a comprar washi tapes al comercio de un señor mayor que solo hablaba japonés, pero intentaba comunicarse con todos los medios posibles con una simpatía que ablanda hasta el más duro. Kurashiki es una joya oculta para el turismo occidental y con egoísmo pienso en que quiero que siga así.


