El post que leerán a continuación es una pasada en limpio de mi experiencia personal en Jodhpur. Una combinación de las notas de mi diario de viaje y los sentimientos que me generó visitar su ciudad azul, sumados a los que me genera recordarlo.
La ciudad azul de Rajastán
No quería quedarme dormida. El viaje de Jaisalmer a Jodhpur duraría sólo seis horas y llegaríamos a la guest house entre las once y las doce de la noche. Sabía que, si dormía, la noche se me haría muy larga. Me acosté en mi cucheta de primera clase, agarré el Kindle y me puse a leer al ritmo del traqueteo del tren. Adivinen qué pasó. A los veinte minutos ya estaba viajando por lo más profundo de mis sueños. Dormí cuatro, de las seis horas de viaje.



Un rickshaw nos acercó hasta donde pudo. La zona histórica de Jodhpur es como un laberinto de calles muy angostas. Caminamos unos trecientos metros por los azules, silenciosos y oscuros pasadizos, hasta que llegamos. La guesthouse era sencilla, una casa de piedra rojiza y techos bastante bajos. Tenía dos pisos, no más de cuatro pequeñas y oscuras habitaciones, todas con ventanitas típicas de las construcciones de la región, que dejaban pasar poca luz. Arriba estaba la terraza donde podíamos desayunar mirando el fuerte. Nos estaba esperando un chico, de unos dieciocho años, que nos acompañó a la habitación enseguida, casi pidiéndonos que descansemos.
Llegué a Jodhpur sintiéndome tranquila y mucho más adaptada que los primeros días. Sin embargo, haber dormido casi todo el viaje complicó las cosas. El insomnio, las pesadillas y los pensamientos negativos y perturbadores volvieron a mi esa noche. En algún momento, después de pensar durante un par de horas en todas las desgracias que podían pasar en mi vida, me dormí. Fueron menos de cuatro horas.



Cerca de las siete de la mañana, entraron unos haces de luz por las rendijas de las ventanitas. Empecé a escuchar voces de hombres que, intuí, eran vendedores ambulantes. De fondo se escuchaba una mezcla de voces femeninas, venían de la mezquita de la otra cuadra, donde un grupo de muchas mujeres (no las conté, pero eran más de treinta) empezaban su día rezando. No sé bien quién o qué me mandó esas ganas, pero salté de la cama, me di una ducha y desperté a Mar, necesitaba caminar esa ciudad. Sospecho que fue Jodhpur, que se traía entre manos un hechizo encantador para esos dos días.
A Jodhpur la llaman la ciudad azul por el color de las casas de su centro histórico. En sus orígenes, pintar las fachadas de ese color, era una tradición de la casta sacerdotal del hinduismo. Con el tiempo, otras castas adoptaron esta tradición por la creencia de que el azul alejaba al calor y también a los mosquitos. Estas particularidades, muchas veces convierten a los lugares en atracciones turísticas, y esa es la razón de ser de ese azul hoy. Construcciones modernas o remodeladas, son pintadas de azul independientemente de su historia. El objetivo es hacer de Jodhpur, una ciudad cada vez más más azul y cada vez más visitada por viajeros. ¿Será que el azul de sus casas tiene algo que ver con ese hechizo?
La energía de las ciudades
Creo en la energía de las personas, en las energías positivas y negativas. Pienso que lo que nos rodea, lo que sentimos, lo que pensamos, lo que nos pasa, hace mutar a nuestra energía, la transforma, la atraviesa, la invade, la fortalece o la debilita. También creo, que la energía se contagia, se transmite y se absorbe.



Hace tiempo me pregunto qué es lo que pasa con los lugares. Desde que hablé del tema con mi mejor amiga, que me da vueltas en la cabeza. Debería investigar más, seguramente hay mucho material dando vueltas por ahí, pero antes de hacerlo, me nace escribir. ¿Un pueblo, una ciudad, tienen energía? Pero no me refiero a la energía de quienes lo habitan, pienso en la posibilidad de que tengan una energía propia. Si pienso en los lugares que conozco, en lo que me hicieron sentir, me arriesgo a decir que sí. Estoy segura que la energía de cada ciudad es mucho más que la suma (y la resta) de las energías de las personas que la habitan, visitan o atraviesan.
No es que cada vez que piso una nueva ciudad digo, “bueno a ver vos, Mar del Plata, ¿qué energía tenés?” No. Es algo en lo que no pienso, al menos no de esa manera. Pero me pasa ahora, escribiendo sobre lugares que visité hace algunos meses, que vuelve este tema a mi cabeza. Me pasa con algunos lugares en particular. Especialmente con Jodhpur, esa ciudad india de color azul que tanto me gustó y de la que tanto me cuesta contar por qué.



Jodhpur es una de las ciudades más turísticas y más grandes de Rajastán. Es tan caótica y ruidosa como cualquier otra. Nuestro paso por ahí fue corto, sólo fueron dos días, pero lo recuerdo bien. Si hago un poco de fuerza, me animo a decir que me acuerdo de todo. Pienso en Jodhpur y arranca un video en mi cabeza. Pero no un video con fotos e imágenes sueltas, un video real, con movimiento, con nuestros pasos, con las distancias recorridas, con las conversaciones que tuvimos, con la gente que conocimos.
Subir a la colina donde se encuentra construido el fuerte, caminar hacia uno de los templos más lindos que vi en mi vida, compartir un rickshaw con una pareja de argentinos de los que nunca supimos el nombre, la torre del reloj, el mercado, el señor de la joyería artesanal, el de los tés y especias, el de las telas. La señora con el bebé desnudo en brazos, las chicas argentinas que desvalijaron el local de ropa típica. El alejarnos del centro en busca del verde de los jardines.
Sé que Jodhpur fue caótica, que las bocinas no paraban un segundo, pero no recuerdo el sonido. Es como si alguien hubiera apretado el botón mute en la reproducción de mi video. Yo a Jodhpur la recuerdo en silencio, la recuerdo tranquila. Recuerdo la amabilidad de su gente y su simpatía, la recuerdo receptiva. También recuerdo su caos organizado y lo recuerdo con una calma que hasta me saca una sonrisa mientras escribo esto.



Sí, me acuerdo de los conductores de las motos con sus dedos pegados a las bocinas. Tengo grabada la imagen de las mujeres con sus bebés a upa pidiendo a gritos “money please” (dinero por favor). Veo en ese video, a los vendedores ofreciendo los sarees, las pashminas y las dupatas (telas y pañuelos típicos). Pero solo veo los movimientos y gestos. Para mí, Jodhpur siempre será un caótico lugar de tranquilidad, silencio y energía positiva.
Hermosa descripción!!! Mientras leía me trasporté a ese mágico lugar !!!!
Hermoso equilibrio entre el caos y el silencio.. que lindo leerte ❤️
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