Llegamos a Jaisalmer a las cinco de la mañana, era de noche y no había movimiento, salvo un poco en la estación. El rickshaw nos dejó en un lugar que estaba muy oscuro, de esos por los que, en Argentina, no caminarías tranquilo. Supuestamente ahí estaba la guest house. Las casas eran muy humildes, no había gente, no se veían hoteles. No encontrábamos el hotel, no sabíamos qué tan seguro era el lugar, pero empezamos a caminar por los pasillos sin luz del vecindario. Se abre la puerta de una casa y sale un señor que parecía irse a trabajar. Le preguntamos por nuestra guest house y nos explicó dónde era. Los prejuicios que llevábamos con nosotros empezaban a desvanecerse.



Después de dormir unas horas, nos levantamos y desayunamos algo en la terraza del pequeño hotel donde paramos. Puedo decir que esa terraza fue, para mí, una de las atracciones más lindas de Jaisalmer. A unas diez cuadras del fuerte, y a un nivel un poco más alto que el resto de la ciudad, de la terraza veíamos todo. Las vacas, los rickshaws, una familia de mini jabalíes, la rutina de las familias vecinas. Desde la terraza veíamos el fuerte que más me gusto de india y una ciudad rodeada de desierto. En Jaisalmer todo es marrón claro, todo tiene el color de la tierra seca, todo tiene el color del desierto.
Estábamos desayunando, impresionados con la vista, cuando los vimos subir. Steve y Rowan son dos médicos indios a quienes habíamos conocido, dos noches antes, en la guesthouse de Bikaner. Dos indios del sur que estaban recorriendo parte del norte de India en auto y que, sólo por eso, eran considerados unos valientes por sus familias sureñas. Con ellos habíamos compartido una cena y un desayuno en los que hablamos un poco de nuestro viaje, del de ellos, de sus vidas y de las nuestras.
No nos habíamos dado detalles de los recorridos que estábamos haciendo. Pienso que por eso los cuatro levantamos las manos acompañando al movimiento con un grito de sorpresa al vernos. Desayunamos mientras nos contaban cómo les había ido en el templo de las ratas de Bikaner. Agradecí no haber ido. De Jaisalmer, todos teníamos la misma escasa información, así que nuestros planes eran los mismos, ir a conocer el fuerte. Con las energías recargadas, salimos los cuatro juntos.



La técnica era sencilla, con Martin nos escondíamos atrás de algún auto y Steve iba hacia el rickshaw para negociar el viaje. Cuando conseguía el precio que buscaba, muchísimo menor al que podíamos conseguir nosotros, nos hacía seña para que vayamos. Durante el día, hubo algunos que quisieron subir el precio en cuanto nos veían, pero no lo lograban. Pocas cosas son tan entretenidas como presenciar la negociación de un viaje en rickshaw entre dos indios. Sin embargo, el haber pagado más baratos todos los rickshaw que tomamos, no fue lo mejor del día.
Pasar ese día con ellos fue una de las experiencias más lindas del viaje. Desde el principio hubo mucha conexión, no importaba el tema, cada conversación podía durar horas. Además, me ayudó a relajar y empezar a sentirme más cómoda. Entendí que incluso para ellos, que son de ese mismo país, viajar por Rajastán les resulta por momentos desafiante y cansador. Y que, viajar por Delhi, les parece igual de caótico que a todos los que la conocen.
La primera parada fue el fuerte de Jaisalmer. De los que visitamos, es el único fuerte en el que aún vive gente. Es el fuerte más colorido, con más movimientos y mas sonidos que conocí. Dentro del fuerte, la ciudad se mantiene con vida. A pesar de algunas edificaciones derrumbadas, se pueden ver casas, comercios y algunos pequeños hoteles. Lo recorrimos de punta a punta, fuimos hasta lo más alto y observamos la ciudad dorada desde arriba. Era temprano, pero en el cielo ya había algunos barriletes (cometas) volando desde las terrazas. No estoy segura de que Jaisalmer sea menos caótica que otras ciudades, probablemente era yo, que empezaba a sentirme mejor. ¿Será que todas las ciudades que rodean los desiertos se ven así, detenidas en el tiempo?



Después de unas horas, salimos del fuerte y aceptamos la invitación de los chicos para ir a almorzar con ellos. Querían ir a un restaurante que estaba un poco alejado del centro de la ciudad, pero que les habían recomendado. Desconfiando por un segundo, le pregunté a Mar si confiaba en los chicos y sin dudarlo me dijo que sí. No se si la Carla del primer día hubiera aceptado la invitación. Llegamos a un restaurante armado en un jardín, rodeado de algunos árboles y plantas. Había solo una mesa larga completa, con lo que parecía ser un tour. Nos sentamos en la mesa redonda del fondo. Tincho y los chicos pidieron varios platos típicos para compartir, según Mar, de lo mejor que comió en India. Yo sólo pedí pollo a la plancha, lo de mis problemas estomacales duró una eternidad.
Si se puede definir el momento exacto en el que nace una amistad, definitivamente fue en ese almuerzo que nació la nuestra con Steve y Rowan. Las conversaciones parecían no tener fin y muchas estaban acompañadas de carcajadas de esas que hacen doler la panza. Ellos fueron las primeras personas con las que pudimos hablar sobre India, sobre cómo es vivir en India. Hablamos de sus costumbres y religiones, y también de las nuestras. Las conversaciones se daban con mucha naturalidad. Hablamos de sus profesiones, de las nuestras y de viajar por el mundo. Entre los cuatro, encontramos diferencias abismales entre nuestras culturas, pero muchas más similitudes de las que nos imaginábamos.



Después del almuerzo, llamamos al rickshaw que nos había llevado para que nos lleve a un lago que hay en la ciudad. Nosotros no sabíamos de la existencia de ese lago, pero Steve había hecho los deberes y ya éramos parte de los planes. Volvimos al fuerte, y ahí nos separamos. Teníamos que ir a definir algunos detalles del día que pasaríamos en el desierto.
Ese fue el último momento que compartimos. Fue poco tiempo, pero fue uno de esos días que uno siempre recuerda con cariño. Ese día empezábamos a sentir las despedidas. Viajar por el mundo te presenta muchas personas maravillosas, algunas se convierten en amigos. Las despedidas de esas personas, son momentos difíciles del camino.