Admitir que uno no esperaba nada de un lugar, no es para avergonzarse. Esta es mi historia con Mandalay, una historia de indiferencia, asombro, negación y finalmente cariño. La elección de este destino, se dio principalmente por la posibilidad de volar directo desde Chiang Mai (mi primera vez en un avión a hélice) y la necesidad de cumplir el sueño de conocer Bagan.



LLEGAR AL HOTEL
Llegamos de noche y nos tomamos un taxi hasta el hotel. Durante el camino cruzamos con partes donde no había nada más que campo y algunos pueblos perdidos de tanto en tanto. Cruzamos templos, que estaban iluminados como si las luces led reemplazaran el fuego sagrado de sus dioses. Los restaurantes se veían similares entre si. Todos tenían mesas de madera, largas como las que se arman con caballetes para la cena de fin de año en Argentina, y sillas de plástico. Ventiladores de techo y ni siquiera una puerta o ventana. Algo así como un carrito de la costanera con un par de mesas. La gente con el torso desnudo pidiéndole a la noche que les regale una brisa fresca. El calor en Myanmar se siente fuerte, y todavía no habíamos sentido nada hasta ese momento.
El hotel quedaba en el centro, frente a la estación de trenes. Decir que Mandalay tiene centro es estar exagerando un poco. A pesar de que hay algunos centros comerciales, hay partes difíciles de transitar. Muchas veredas rotas que dejan cloacas abiertas por todas partes hacen muy complicada la caminata nocturna. Nos fuimos a dormir, teníamos solo un día completo para recorrer todo, y así lo haríamos.
DIA MARATÓNICO
El día amanecía y nosotros ya estábamos listos para desayunar y salir. Un sentimiento de misterio me recorría el cuerpo. No sabía qué es lo que iba a encontrar caminando por sus calles. Los habitantes de Myanmar fueron (algunos dicen que aún sigue siendo) muy golpeados por sus gobiernos, y eso no hay forma que no forje parte de tu forma de ser.
Decidimos caminar, no tomar ningún transporte, solo caminar. La atmosfera matutina se presentaba un poco solitaria, muy de vez en cuando nos cruzábamos con algún turista, y de esos pocos, la mayoría estaban muy concentrados viendo el mapa de la ciudad. Luego de varias cuadras, tuvimos nuestro primer contacto con una personal local. Un taxista, que inicialmente nos paró para ofrecernos recorrer las atracciones en su taxi. Veníamos acostumbrados a las mini estafas de India, así que Car decidió no prestarle mucha atención y se adelanto unos metros a sacar fotos. Yo, pensando que me divertiría con la situación, escuché una de las tantas verdades que un habitante de Myanmar tiene pare contar.
“Fui maestro de Ingles, pero no me quedó otra opción que ser taxista. Por suerte ahora tenemos un gobierno democrático y podemos votar, podemos ser un poco más libres. Digo un poco porque uno nunca es libre del todo en este país. Igualmente prefiero ser taxista que maestro bajo una dictadura. Prefiero este tipo de libertad”
Me dejó sin palabras. Todo lo que hubiese esperado hablar con una persona en Myanmar, todo lo que hubiese necesitado escuchar, me lo estaba diciendo la primera persona que me cruzaba en el camino. Dialogamos un poco, le conté que íbamos a comenzar por el Palacio de Mandalay y su cara se transformó.
“Con el nuevo gobierno, todas las atracciones son gratis. No tienen que pagar nada salvo el antiguo Palacio, que depende de las fuerzas armadas. Aún ellos tienen el control de esto. No vayan, no les den dinero, ellos nos hicieron mucho mal”
Quede dudando, no sabia que contestarle. Teníamos planes de ir al Palacio, pero la duda fue muy grande. Nos despedimos y seguimos caminando. El camino que te lleva a la entrada del palacio, está trazado en el contorno del predio. Nosotros teníamos a nuestra izquierda los muros del palacio, con torres de vigilancia en forma de pagodas cada 100 metros. A la derecha los barrios, que iban pasando a medida que íbamos avanzando, algunos más adinerados con casas de dos o tres pisos y otros, más humildes, con algún techo de chapa. Quedé callado, durante varias cuadras. Sentía que no era correcto ir al Palacio. Pero terminaríamos yendo igualmente, al final siempre es bueno escuchar las dos campanas y sacar conclusiones propias.



EL PALACIO DE MANDALAY
En la entrada te pedían dejar un pasaporte, lo cual no me gustó. Nadie puede retenerte un pasaporte, menos por una atracción turística, pero no teníamos otra opción. Desde la entrada hasta el palacio, hay un par de kilómetros de calle de tierra. Estos pueden ser hechos a pie, alquilar una bici o podés contratar unas motos que te trasladan.
Dentro del predio del palacio hay barrios, donde los turistas tienen el acceso prohibido. Son barrios simples, de casas bajas blancas y calles de tierra. Barrios que parecen tranquilos y silenciosos. Me hacían recordar a mi infancia, yendo de vacaciones al campo, en Entre Ríos. Esas calles de tierra donde podías contar con los dedos de la mano la cantidad de personas que pasaban por hora, calles tan solitarias como la cumbre de la montaña más alta. Vimos muchos locales andando en bicicleta, otros tantos en moto, pero difícilmente andando en auto. El único auto que vimos fue una camioneta del ejercito, yendo para lo que actualmente funciona como sus cuarteles generales, todo dentro del mismo predio.



El palacio está pintado en un dorado brillante, simulando ser oro (espero que no sea realmente oro). Unos metros más adelante, hay una especie de cuarteles abandonados, todo conservados a la perfección. El lugar me transmitió un sentimiento encontrado, por un lado, se respira paz, como si te encontraras en el lugar más recóndito del mundo, donde lo único que se escucha es la brisa mañanera, por el otro, pensar en las frases de aquel taxista, me llevo a comprender que esta paz no era completa, que aquel lugar, de una forma u otra, estaba manchado de poder y de sangre.



KUTHODAW PAGODA
El día siguió y nos encaminamos hacia la pagoda Kuthodaw. Una estupa dorada rodeada por 729 pequeñas estupas blancas, una al lado de la otra, iguales, como si al momento de construirlas hubiesen apretado copiar-pegar. Juntas me hacen imaginar un gran tablero de ajedrez, donde el rey es custodiado por miles de peones y alfiles, como si aquellas estructuras blancas fuesen un ejercito custodiando lo más sagrado. La hilera conforma el camino que lleva a la pagoda principal, que ha de caminarse completamente descalzos, sin zapatillas ni medias.



Resulta difícil contrastar la hermosura de una estructura religiosa contra la ciudad en su misma. Todo impoluto, brillante. El piso casi que era una pista de patinaje, el sol lo hacia parecer plastificado. Desde una de las cuatro esquinas, la vista da al Mandalay Hill, el templo más elevado de la ciudad, al que iríamos luego. La pagoda es dorada, brillosa y te enceguece. Si existe el cielo y el paraíso, el lugar de ingreso tiene que ser una copia exacta de esta pagoda. La mezcla del blanco más puro con el dorado más reluciente emite una energía y una presencia que me resulta difícil de expresar en una oración.



MANDALAY HILL
Luego de habernos tentando con la vista, quisimos ir al Mandalay Hill. La primera opción era subir caminando, pero viendo y considerando que nos faltaban aún lugares para recorrer, decidimos subir en algún transporte. Además, veníamos con muchísimo calor y un poco de presión baja, no queríamos tampoco forzar al cuerpo. Al preguntarle a un taxista, nos señalo a un señor para que le vayamos a preguntar a él. El precio nos pareció medio desorbitado, y le dijimos que no. Al acercarnos a una camioneta que veíamos que subía y bajaba con gente local, nos señaló devuelta al mismo hombre. No sabíamos hasta ese momento qué, la subida al templo de la colina para los extranjeros, la monopolizaba este señor. Intentamos nuevamente negociar, pero no había caso, el precio era fijo. Un poco desilusionados, retrocedimos una cuadra para ver si podíamos lograr subir de algún modo.
“Hola, ¿ustedes quieren subir al templo? Yo los puedo llevar, espérenme acá”
Un hombre, salió de la nada. Nos hablaba tímidamente, como queriendo esconderse de los otros transportes. Saludó a algunas personas que estaban ahí y nos indicó donde estaba el auto. El primer precio fue un poco menor que el anterior, pero nos seguía pareciendo caro. Finalmente, como no pudimos bajarle el precio, le incluimos que, a la vuelta,nos llevara al hotel. Se estaba haciendo tarde y queríamos ir a ver el atardecer al U Bein Bridge. Resultó ser que el taxista estaba en su día libre, con su familia. Antes de irnos, despidió a su mujer, quien no parecía muy contenta con él. No sabemos bien que le dijo, pero tuvo que haber sido algo como “en dos horas te espero acá y mejor que no te demores” porque la cara de perro mojado fue total.
Luego de una zigzagueante subida llegamos al templo. Para terminar de subir hasta la cima, hay una extensa escalera mecánica. El templo literalmente brilla como su tuviese autopolish en toda su superficie. Las paredes están llenas de imágenes creadas con azulejos. Desde las cuatro esquinas se puede apreciar una vista panorámica de Mandalay: templos y una espesa bruma que combina tierra con polución. Dentro, hay figuras de Buda donde los fieles oran. Recorrimos lo que pudimos, no teníamos intenciones de molestar a nadie orando.



La visita fue un poco exprés, ya que habíamos quedado a un horario con el taxista para volver al hotel y evitar un divorcio. El problema fue que, la salida, es un laberinto de negocios que venden indumentaria y artesanías. Yo pensé, erróneamente, que se podía volver a bajar por unas escaleras similares, pero no. La salida está pensada comercialmente, para que te lleves algún recuerdito del templo. Cuando llegamos, el taxista ya estaba un poco impaciente, así que nos subimos al auto rápidamente y salimos.
U BEIN BRIDGE
Al llegar al hotel, nos dimos cuenta que no habíamos comido durante todo el día, así que fuimos a probar comida bien local. El restaurant quedaba a pocas cuadras del hotel y era modalidad buffet. Todas las ollas en la calle, con las preparaciones del día. Cada plato era acompañado por arroz y una sopa. Yo pedí todo lo que dijo que era picante, y me pareció realmente delicioso. Luego de un mes en India, ya toleraba cualquier picante.
Llegaba el atardecer y con él, la ultima actividad del día: el puente U Bein. Este puente es uno de puentes más largos construidos en madera y se suspende sobre el lago Thaung Tha Man. Hay quienes deciden mirar el atardecer desde una barcaza sobre el lago y, los más valientes, que deciden cruzar el puente para ver el atardecer sentados del otro lado, tomando alguna cerveza en el bar. La sensación que te da el puente cuando caminas, es que se va a caer en todo momento. La madera se balancea para los costados, intentando no partirse a pesar de los cientos de personas que lo cruzan por día. El puente tiene una parte peligrosa, que no tiene baranda, hay que ser precavidos para saber donde frenar a sacar fotos.
El lugar estaba lleno de gente, tan lleno como un recital de los Rolling Stones. Buses llegaban de todos lados, casi todas las nacionalidades dieron el presente aquel día. De cualquiera de los dos lados de la costa, sobre el puente o sobre en el agua, todos estaban esperando lo mismo: ver el atardecer.
Finalmente, con cerveza en mano, esperamos el atardecer detrás del puente. El sol caía sobre la gente que lo cruzaba, volviéndolos sombras con un fondo rojo que amenazaba con prender fuego el horizonte. Los barcos se cruzaban delante de las personas, generando el enojo de algunos. Pero a mi no me importaba, tenia delante mío, uno de los atardeceres más difíciles de olvidar. Un atardecer que puede volver blando hasta al corazón más duro. Uno que te hace preguntarte porqué algo que es tan simple y tan cotidiano, como la puesta del sol, puede reunir tanta gente y generar tantas caras de asombro. El sol terminó de caer y lentamente volvimos a cruzar el puente para volver al hotel.



PENSAMIENTOS FINALES
Mandalay, como ciudad, tiene muchas carencias. Aún se ve mucha pobreza en la calle, casas de chapa contra las vías del tren, hospitales abarrotados de carpas donde la gente espera días para ser atendida, veredas muy difíciles de transitar y una suciedad que empeora con las cloacas a cielo abierto. A pesar de todo esto, es un destino que volvería a elegir. Es un territorio que esta comenzando a entender cómo ser un país. Son personas que están comenzando a entender cómo vivir con mayores libertades. Su ciudad es original, es espiritual, el turismo es secundario, todo lo que está ahí, es porque así lo viven y no esta construido para que lo vean un tercero.
Iba imaginando mientras leía, muy buena descripción!.
Gracias!