De niño siempre me gustaba el verano por dos cosas: pasaba horas jugando en la calle y comenzaba la época de bombuchas y carnaval. Mojarnos a baldazos o con bombitas de agua era uno de los divertimentos más sanos y contagiosos que había en el barrio. Tenias que andar caminando con cuidado y siempre alerta. El tiro podía venir de cualquier lado, de los cuatro costados, de arriba y si estabas en una terraza podía venir hasta de abajo. La condición era una sola: no enojarse. Uno iba todo mojado a la casa, tus viejos ya sabían lo que había pasado. Te cambiabas y volvías a salir. Y, si había partido de futbol, se jugaba así, mojado y en cuero, no había demasiados prejuicios. Si bien el carnaval solo duraba un par de semanas esto se extendía durante todo enero y febrero.

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Cuidado con el niño

EL SONGKRAN

¿Qué tiene que ver todo esto con el festejo del año nuevo tailandés? Mucho. El Songkran es el año nuevo tailandés. En 2018, año que estuvimos nosotros, se celebró del 13 al 15 de abril. El día, para los tailandeses, comienza yendo a los templos budistas para llevarle comidas a los monjes y vertiendo agua sobre las estatuas de Buda. Este último acto, tiene el objeto de la purificación, y es de ahí, donde deriva la parte más divertida de la celebración.

Cualquier persona que camine por la calle durante esos tres días, es objeto de “purificación”. Cientos de personas con pistolas de agua caminan por la vereda y por el medio de la calle, asumiendo el rol de purificadores. En cada esquina hay tanques llenos de agua para mojar a baldazos o para recargar las armas. Los más tranquilos tiran agua, sin ningún agregado. Los más osados tiran agua helada, o mezclada con talco para que quedes todo blanco como Casper. La calle se convierte en un gran desfile de personas mojadas, gran parte con la cara blanca o rosa de acuerdo al talco con el que las hayan bendecido.

Por la avenida principal circulan camionetas que en sus cajas llevan tanques de agua listos para convertirse en purificadores móviles. Todo es una fiesta: la señora, el nene, el perro, nadie se salva de ser mojado. El calor hace la fiesta aun más entretenida. Pasan autos de la policía empapados y manchados con talco ¡en esa fecha no se salva nadie! Risas, gritos, mini-batallas libradas cada diez metros. Los motociclistas desafían a la muerte, andando mientras litros de agua son derramados sobre ellos. Tailandia era una fiesta, y nosotros estábamos ahí, festejándola en Krabi.

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Sobreviviendo en moto

LA PRECUELA

12 de abril a la noche, ya se empieza a sentir el Songkran. Todos los comercios, vendan lo que vendan, agregan esa semana a su stock, pistolas de agua de todos los modelos. Pistolas de mano, escopetas de medio alcance y la famosa 5500 alias “la justiciera”. La 5500 dispara con un chorro de agua tan grueso que hace gritar al que lo reciba (no duele, pero es tanta agua que sorprende hasta al más preparado).

Esa noche, iba decidido a comprarme la común, la que todos compraban. Éramos cuatro, teníamos el ejército listo. Llegando al local donde íbamos a comprarlas, recibí el primer impacto del Songkran.

“¡Esperá! ¡Son las 11 recién!” no llegué a terminar de decir y ¡Boom! Qué iluso que fui, un señor tenía cargada la 5500 y me mojó todo de un solo tiro. Así fue como decidí comprarme “la justiciera”.

Al día siguiente íbamos a recorrer una de las playas y los cuatro decidimos llevarnos las armas. Camino a la playa todo se estaba armando, solo vimos algunos nenes disparándose entre ellos. Los tailandeses estaban aun en los templos, cumpliendo el primer paso del Songkran. Fue un día muy lindo en la playa, pero yo tenía mi cabeza en otra cosa, sabía lo que me esperaba a la vuelta.

¡ACCIÓN!

Al volver, bajando del bote ya se asomaba el descontrol, camionetas tirando y recibiendo agua, gente corriendo, y yo, ahí, desesperado por entrar en acción. En resumen, esas ocho cuadras al hotel, se hicieron como veinte, tardamos una hora en llegar.

Al llegar, dejamos las mochilas, nos pusimos en los pies algo que no resbale y volvimos a salir. Ponerte un calzado que no resbale no garantiza nada, sino pregúntenle a Car, que se cayó al piso como tirándose por un tobogán. Libramos decenas de batallas, batallas en las que nadie gana ya que todos se mojan. La formación no se rompía, los tres por delante y yo, con el monstruo, jugando al factor sorpresa, por detrás. Aun recuerdo los gritos seguidos de risas cuando salía el chorro de agua.

En una esquina, un grupo de seis europeos se refugiaban en un puesto de jugos. Me acerqué lentamente, el arma estaba colgada en la espalda, no se veía. Me dejé mojar durante unos minutos y así fueron saliendo uno a uno del puesto. La cara de uno se transformó al instante, recibir un chorro de agua de ese grosor en la nariz no te deja la cara igual. Así fue como uno a uno ligaban chorros de agua en la cara. La adrenalina del Songkran sacó lo mejor y lo peor de mi, apuntaba a la cara, y aun más si el rival es tan cobarde de esconderse. Al rato pasé devuelta, pero ninguno se animó a salir. El día era mío, la victoria era total. Terminé de hacerme el Rambo y decidí que era hora de bañarme y comer algo.

Cuando el sol se esconde, todos dejan la purificación para el día siguiente. Así que pudimos ir a comer algo a un bar cercano sin necesidad de salir con las armas.

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En primera persona

LA NOCHE

Si hay algo que realmente me gusta de la noche Krabi es su música. En cada bar hay una banda en vivo tocando. Canciones de moda, reggae, rock & roll y hasta Pink Floyd. La oferta es muy variada, tanto en diversión como en gastronomía. Hay restaurantes tailandeses, indios, italianos y hasta de hamburguesas. Todo en un rango de precios muy variado, en general es más económico que las grandes ciudades.

Esa noche me cansé de jugar al pool y de tomar cerveza. Hasta me di el gusto de cantar “Wonderwall” con una banda local.

Los siguientes dos se mantuvieron con la misma e incansable rutina, playa de día, guerra de agua de tarde y barcito de noche. Krabi es para pasarla bien, tiene todos los condimentos necesarios para ser un divertido pueblo playero, y nuestra estadía tuvo un condimento por demás especial: el Songkran.

¿Qué hice con “la justiciera”? Se la regalé a un nene tres días después, en Ko Tao. Cuando lo volví a cruzar me tiró con mi propia arma.