Hace unos años compartí una foto en mis redes sociales acompañada de una oración que decía “caminar el mundo”. Era una foto que Tincho me había sacado, en uno de nuestros viajes, sin que me diera cuenta. Él se había detenido a sacar fotos y yo, seguí caminando sin escuchar su aviso. Iba con una mochila puesta y un mapa en la mano. Me encanta esa foto porque refleja con exactitud cómo soy en los viajes.

Siempre pensé que caminar los lugares es la mejor forma de conocerlos. Pero caminar en serio. Caminar durante horas, a veces con un destino elegido, y a veces sin rumbo. Caminar hasta que las plantas de los pies ardan, con frio o con calor. Mientras la mañana se convierte en tarde y la tarde en noche. Sin embargo, no todos los lugares son ideales para caminar, hay algunos que te lo dificultan.

Hasta que llegamos a Jaipur, India nos venía dificultando bastante esta actividad. Por la infraestructura de las ciudades, por el tránsito y por el exceso de estímulos que agotan tu mente en muy poco tiempo.  También, por nuestra adaptación lenta y nuestros prejuicios, caminar más de una hora seguida por India hasta el momento había sido una misión imposible. Sólo habíamos podido dar pequeñas caminatas.

amber fort
Fuertes, colinas y murallas

¿Se acuerdan lo que escribí cuando les conté del día que pasamos en Jaisalmer con nuestros amigos indios? Definitivamente, cada lugar que visitamos nos tiene preparado algo especial para nosotros. Y Jaipur, nos tenía preparadas sus calles, sus barrios y sus parques, listos para que los caminemos de punta a punta.

Jaipur, la ciudad rosa de Rajastán, es una de sus ciudades más grandes. En Jaipur, cumplimos nuestra lista de imperdibles. Visitamos su gran fuerte amurallado, conocimos el tan fotografiado Hawa Mahal, el palacio de la ciudad y el observatorio astronómico Jantar Mantar, entre otros. Todo nos pareció interesante por su historia, lindo por su estética e infraestructura y muy cuidado. Sin embargo, lo que me enamoro de Jaipur, creo yo, no fue lo que vi y conocí, sino cómo lo viví. Jaipur me devolvió esas ganas de caminar sin parar que siempre tengo cuando llego a un lugar nuevo.

No puedo decir que esto haya pasado por su calma o por la paz que transmite. Porque es incluso más caótica que cualquier otra ciudad de la provincia de Rajastan. Es su capital, con todo lo que eso implica. Vacas, tráfico, bocinas, vendedores por todos lados, comercios, edificios enormes, escuelas, empresas, y más. Sin embargo, por algún motivo, ahí mi cerebro hizo un clic y le dio la orden a mi cuerpo para que se moviera más.

Después de unos cuantos días de encontrarme frente a diferencias culturales abismales entre India y todo lo que yo estaba acostumbrada, empecé a cambiar. Todo me seguía pareciendo diferente, muy diferente; pero ya no me parecía raro, ni mal, ni bien, simplemente era diferente a lo que yo estaba acostumbrada.

calles de Jaipur
Un día cualquiera en Jaipur

Generalmente, la primera reacción cuando empezamos a viajar a lugares con culturas diferentes a las nuestras, es la de juzgar. Juzgamos todo lo que vemos que, para nosotros y nuestra cultura no está bien. Qué decir si tu primer viaje a un lugar realmente diferente es a India. Es casi natural juzgar todo. Juzgamos por la pobreza, por la falta de higiene y limpieza, por el desorden, por como comen, como se visten, como te miran, como hablan, aunque ni siquiera sepamos su idioma. Pero después de unos días, si todo va bien, empezamos a entender.

Lentamente, empezamos a sentir empatía, a ponernos en el lugar de toda esa gente. Empezamos a aceptar que las cosas ahí son así, diferentes. Entendemos que nosotros no podemos llegar y criticar o intentar dar lecciones sobre lo que debe o no cambiar. Entendemos que no es nuestro lugar, que no es nuestra cultura y que esa gente no tiene nuestras costumbres (y que no tiene por qué tenerlas). Que para nosotros está bien comer con cuchillo y tenedor, y que para ellos lo está comer con sus propias manos.

Ahí, cuando entendemos todo eso, nuestra mente y nuestro cuerpo empiezan a adaptarse al lugar. Empezamos a soltarnos y a disfrutar todo lo lindo de, en este caso, India. Así, es como aprendemos lo interesante de su cultura, sus religiones y su historia. Así, conocemos más acerca de todo eso que al principio nos parecía mal. De esta manera, comer con la mano nos deja de parecer rebuscado y lo empezamos a encontrar cómodo.

Siento que mi cambio se fue dando lentamente pero que fui consciente del mismo al llegar a Jaipur. Desde el primer día en la ciudad, todo fue caminar. Empezamos por una zona céntrica y turística, por necesidad, buscando una casa de cambio. Caminamos primero con esa excusa, pero después de haberlo logrado, seguimos, casi sin darnos cuenta y sin ni siquiera saber hacia dónde íbamos. Después de unas cuantas cuadras por una avenida principal, doblamos en una calle al azar. Vimos un boulevard de pasto bien verde, cortado prolijito. Había veredas anchas de ambos lados. Los que viajaron por Asia no me dejaran mentir, conseguir unas buenas veredas es algo muy difícil.

Haha Mahal
Postal de Jaipur, Hawa Mahal

Caminamos casi sin parar. Cada cinco minutos hacíamos pequeñas paradas contra nuestra voluntad. Teníamos que responderle al conductor de rickshaw del momento que no, no queríamos ir en rickshaw, queríamos caminar. “¿Pero a dónde van?”, nos preguntaban. “A ningún lado, solo estamos caminando”, intentábamos explicarles. Una y otra vez. Seguíamos caminando y ellos nos seguían con el rickshaw. Es que la costumbre de caminar, no predomina en India, ni en muchos países de Asia, el continente de las motos.

Durante esa larga caminata, pasamos por un cine y por un centro de exposiciones donde se hacía un seminario de médicos. Vimos varios hospitales, escuelas y edificios gubernamentales. Notamos que era un barrio diferente a lo que veníamos viendo y que allí vivía gente mejor posicionada que la que nos habíamos acostumbrado a ver.  También descansamos en un enorme parque llamado Central Park, rodeados de locales que disfrutaban de una fresca tarde. Algunos hacían ejercicio, otros se sentaban para pasar el rato.

No estaba en nuestros planes, pero el día siguiente también lo terminamos habiendo recorrido unos cuantos kilómetros a pie. Buscando un líquido para mis lentes de contacto, recorrimos toda una zona comercial y no turística. Unimos varios puntos turísticos a pie. Atravesando bazares y cientos de comercios de telas que, a medida que nos alejábamos de las atracciones turísticas, se convertían en ferreterías y almacenes al por mayor. Caminamos un barrio bastante humilde y muy diferente al que rodeaba los hospitales del día anterior, en el que nos sentimos igual de seguros.

bandera India
Central Park y amor por su bandera

También visitamos locales de túnicas y sarees típicos, hasta que se hizo la noche. Veíamos que muchos comerciantes tiraban todo adentro del local y salían corriendo. No importaba si alguien estaba a punto de comprar medio negocio, ellos cerraban y se iban. Eran las 8 pm, y unos segundos después de la desesperación, empezó a sonar el llamado a la oración. Entendimos al escucharlo, en India, la religión es más importante que muchas otras cosas. Para nosotros, ese llamado a la oración significó el fin del día. Al menos eso pensamos en el momento.

Queríamos volver a la guest house, darnos una ducha e ir a comer algo rico, así que buscamos un rickshaw. Lo que no esperábamos era que ningún rickshaw sepa llevarnos. Les mostrábamos la dirección y el mapa, a uno, a otro, a varios a la vez. Se hacían rondas de conductores alrededor de Martin. El que supiera llegar, ganaría ese viaje. Pero no pasó, todos nos decían que no conocían la guest house y no entendían el google maps. Caminamos algunos metros y ante la falta de un rickshaw, nos miramos y decidimos seguir a pie. Qué le iban a hacer 3 kilómetros más a nuestros dos días completos de caminata.

En otro contexto, quizás en otro viaje, o en casa, esos dos días de caminata no hubieran sido demasiado significativos. Pero esos dos días fueron, para mi, días de cambio, de introspección. Estuve con Tincho en todo momento, pero fueron días de bastante silencio, de pensar mucho en el viaje, en cuánto habíamos cambiado en tan poco tiempo. Caminar, siempre me ayuda a ordenar mis pensamientos. Fueron dos días en los que me sentí realmente feliz y reconciliadla con mi viaje a India. Fueron días de seguir caminando el mundo y eso es siempre algo para celebrar.