Soy el encargado de organizar la logística de los viajes, no porque Car no se ocupe, sino porque me gusta tener todo bajo control. Belfast rompería de lleno esa costumbre. No íbamos a ir, pero ante el capricho de cruzar a Liverpool por ferry* y la poca disponibilidad de vuelos desde Dublín, decidimos ir unos días a recorrer la ciudad del norte. 

No había leído nada sobre Belfast, sabía de la existencia del museo del Titanic y de los escenarios de Game of Thrones en sus alrededores, nada más. Pero como siempre me olvido de algo, me había olvidado lo linda que puede ser cualquier ciudad si se la camina de forma desinteresada, si se está abierto a la sorpresa y si en vez de seguir por la avenida principal se dobla en la primera esquina que se nos antoje.

Se acercaba la navidad, y con ella, el frío y los mercaditos de película. La gente en la calle, esos días, parece más relajada, sin tanto apuro. El frío te ralentiza, pero saber que se acerca fin de año te relaja. Tengo la sensación de que en diciembre no pasa nada preocupante y que la alegría invade las calles. 

*Belfast tiene salidas diarias de un ferry que une Irlanda del Norte con Inglaterra.

rio
Una caminata por el rio Lagan

Las estructuras de las casas antiguas con fachadas de ladrillos a la vista le dan a la ciudad ese tono británico que tal vez en República de Irlanda se ve reemplazado por las fuertes tradiciones y costumbres irlandesas. Los chicos salen de los colegios con una variedad de trajes que me hace imaginar que existe algún sastre de alta costura detrás, impolutos, brillantes, a medida. Cada niño o niña que sale del colegio es un caballero o una dama antes que un infante. Belfast es una mezcla entre algo muy tradicional y algo muy radical.

¿Qué tiene de radical una ciudad a la cual acabo de describir como un grupo de pastoral? Los chicos crecen. La juventud no se ve tan tradicional. Pelos verdes, violetas, azules y de otros tantos tonos tiñen la ciudad de una gran mezcla de sentimientos heterogéneos. Inquietos, revoltosos, sublevados. Llenan la ciudad de grafitis en contra y a favor de Reino Unido y de la República de Irlanda, hay grafitis sobre arte, sobre música y demás intereses. Se respira en esas paredes la nostalgia de una Irlanda unida, de años de enojos, desencuentros y desentendimientos entre el norte y el sur ¿Será esa juventud la que en unos años vuelva a unir la isla? Es una pregunta sin respuesta, una pregunta que solo el tiempo responderá.

Sin importar si son protestantes, católicos, infames amadores de la reina Isabel o enamorados de Dublín, hay un lugar donde todos se reúnen, cada año, sin siquiera pensarlos dos veces: el mercado de navidad.

El mercado de navidad de Belfast se construye todos los años en la plaza del ayuntamiento y no solo se queda ahí. En las calles adyacentes arman juegos para niños y puestos de comida y artesanías. Todo está alumbrado y decorado con colores navideños como si el imaginario polo norte se mudara a Belfast por unos dias. La gente está en la calle, sin importar el frío ni la lluvia.

El mercado es una feria de comida internacional, donde se han colado los gastronómicos de siempre: pastelería francesa, salchichas alemanas, pastas italianas y diferentes paellas españolas. También está EEUU con su famoso y siempre bien recibido en mi paladar, Mac & Cheese. Hay comida tradicional de cualquier parte del globo como una pizza, hamburguesas y sandwiches varios. Mucho para comer y probar, por suerte para los irlandeses del norte, el mercado abre casi dos meses antes de navidad.

Belfast
El ayuntamiento

Siempre están los puestos de relleno, porque una vez que las personas han engullido el alimento necesitan comprar chucherías de navidad en diversos puestos que incluyen mucha mercadería de la famosa franquicia Papa Noel y los renos. Hay árboles, muñecos, adornos para los árboles, hay dulces, guirnaldas y muchas luces. También hay puestos que venden cremas, perfumes, plantas y algunas artesanías, para completar el combo de extras.

El mercado tiene un patio cervecero para los más grandes y una pequeña zona de juegos para los más chicos. Es pequeña, porque en realidad hay juegos por toda la ciudad. Es como una gran kermese desparramada por todas las calles de Belfast.

Me siento un niño entre la multitud, la miro a Car con mi distinguida cara de nene bueno y le hago señas para seguir comprando comida, aunque mi estómago esté a punto de lanzar la alarma por anomalías gástricas. Se que no se va a resistir y que voy a poder comprar, pero que después va a estar enojada, y con razón, porque me sentiré muy mal por haber deglutido tanto. Pero la caminata a la casa es larga, y eso me va a ayudar a bajar todo. Me pregunto, me auto contesto y sigo comiendo.

A pocos metros del mercado, está el centro de Belfast. Ahí es donde esta urbe cobra vida. Locales de moda, restaurantes modernos, bares y pubs, un gran centro comercial con un mirador en su techo. Todo armonioso, correcto, limpio. La gente no grita, habla en un tono relajado muy lejos del Oh my gosh que lanzan las londinenses desfachatadas. Alrededor del centro hay construcciones antiguas, hay iglesias protestantes con esa mezcla de simpleza y arquitectura notable, que se fusionan con lo moderno para dar paso a uno de los centros mas lindos que vi en Reino Unido. Camino feliz, camino sin preocupaciones. Me emociono con cosas que habían dejado de ser comunes para mi, caminar sin mirar para los costados, caminar sin peligro.

En continuación con mi cara de niño, hay otro lugar donde también me siento un niño, y es un parque de diversiones. Belfast tiene el suyo y es realmente adorable, como los de las películas. De día no dice mucho, un parque como cualquier otro, de noche todo cambia. Las luces se encienden dando paso a una escenografía ochentosa. Luces de led azul, roja, blanca y alguna violeta. Es un parque de diversiones moderno, pero como está decorado podría ser la escenografía de películas como los Goonies o algo mas actual, Stranger Things. Hay un carrusel, está el famoso Matterhorn, que con su fuerza centrífuga revuelve más de un estómago y eriza mas de una cabellera. Hay una gran vuelta al mundo que está en desuso y sirve como adorno para colgar el cartel del parque. Hay kermese por muñecos, con juegos tan simples como el de embocar la argolla en la botella. Está el preferido de los niños, el samba. 

navidad
Parque de diversiones

“Ese es el Matterhorn” le digo a Carla. Creo que no me prestó atención hasta que profundicé el tema. “En este juego me subía en el Parque de la Ciudad, me subía tantas veces, hasta que no me quedaba otra opción que el vómito”. “¿Cómo te acordas de eso?, que viejo que sos” recibí la réplica que esperaba. “Tengo memoria selectiva” me defendí.

Entré solo a sacar fotos y quise subirme a todos los juegos. Quise jugar a la kermese, de ahí correr al samba, de ahí salir y subirme al Matterhorn. Tantos recuerdos de la infancia se me aparecieron en ese momento. 

Belfast no termina ahí, Belfast tiene el museo del Titanic, tiene mercados, tiene cerca destilerías y muchas escenografías de Juego de Tronos. Pero todo eso lo pueden leer en el futuro post útil de Irlanda del Norte.