Llegar a la tierra mágica burmesa.

Conté las horas. Fue lo primero que hice cuando recibí el mail que decía que el bus que debía pasarme a buscar la mañana siguiente no lo haría. Conté las horas. Perdí segundos de acción productiva para buscar una solución, contando cuántas horas tenía para hacerlo. Como si en la antigua Birmania eso me sirviera de algo. Diecisiete horas, no teníamos ni un día para encontrar una solución. Uno pensaría que el hecho de que te cancelen el servicio de bus que te llevaría de Mandalay a Bagan diecisiete horas antes del horario de partida, es signo de que algo (o todo) va a salir mal.

Bagan ruta
Los caminos de Bagan

Casualidad o destino, en Mandalay nos hospedamos en un hotel, hecho y derecho, de esos que para mamá hubiesen estado bien, de esos que no estábamos acostumbrados a pisar. Casualidad o destino, en el momento en el que recibimos el email, estábamos en nuestra habitación. Corrí a la recepción. Ahí estaban, los tres chicos de turno con sus polleras (longy: faldas tubo) por los tobillos y sus sandalias de cuero de pies a la vista. Era una de esas tardes en las que parecían esperar que algo nos pasara, que necesitáramos su ayuda. Es que, por momentos, pensaba en la posibilidad de que fuéramos los únicos huéspedes del hotel.

Habíamos descartado la opción del vuelo antes de que sea una opción. Estábamos tarde para conseguir un ticket en el tren nocturno. Necesitábamos dos lugares en un bus, cualquier bus. Me pidieron unos minutos con cara de desesperanza y, los tres a la vez, agarraron un teléfono. Pasaron quince minutos que parecieron horas, y tocaron la puerta. Quince minutos es muy poco tiempo, la respuesta no podía ser buena. Una vez más, mi pesimismo era silenciado por los hechos. Nos habían conseguido dos lugares en un minibús. Nos recogería en la puerta del hotel y nos llevaría a la puerta del hotel que habíamos reservado en Bagan. Aceptamos sin dudarlo.

Myanmar bus local
Myanmar en bus local

El bus era un mini bus local. Era un poco más grande que una combi o van, pero bastante más chico que un colectivo de los de Buenos Aires. No tenía maletero, la última fila del bus estaba destinada al equipaje. Los asientos tenían fundas de tapizado tipo búlgaro, con un fondo color crema y los dibujos en color bordó. Las ventanas iban vestidas con unas cortinas de tela brillosa rosa bebé, con flecos dorados. El bus no tenía baño y tenía un supuesto aire acondicionado que no tuve el gusto de conocer. Había un conductor y un acompañante que tenía el rol de organizador. Éramos los únicos turistas y los únicos que habíamos tenido el trato especial del “puerta a puerta”. La botellita de agua y la bolsita de plástico que nos regalaron, fueron para todos las mismas.

Teníamos que recorrer una distancia de 180 kilómetros y nos habían dicho que el viaje duraría unas cuatro horas. A decir verdad, perdí las esperanzas de que eso sucediera en cuanto noté que el bus paraba cada un kilómetro. Se subía un pasajero, se bajaba otro. Paraba para entregar paquetes o mensajes. Paraban por parar. Avanzábamos un kilómetro, parábamos tres minutos, avanzábamos dos kilómetros, parábamos siete minutos. En cada parada, decenas de vendedores de “de todo” rodeaban el bus: snacks desconocidos, comidas típicas, frutas, gaseosas calientes. Los vendedores aprovechaban la presencia del mini bus y usaban esos pocos minutos para poner en juego sus habilidades en ventas.

Pensé en los micros que en Argentina llamamos “lecheros” por la cantidad de paradas que hacen, y me vi tardando una eternidad en llegar. Viajando en un bus sin baño, sin ventilación y con una señora atrás nuestro que no pararía de vomitar en todo el viaje. (Las bolsitas plásticas tenían su cometido)

Reconozco que la dinámica del bus atrapó mi concentración e hizo que no preste demasiada atención al paisaje. Al menos no durante los primeros kilómetros.

bus local bagan
Bus local esperando pasajeros

Contra todos mis pronósticos pesimistas, antes de cumplir la primera hora de viaje, la mujer del asiento de atrás pudo dejar de vomitar y se quedó dormida. El bus quedó completo y dejó de hacer paradas. Aunque no demasiado, pudo aumentar un poco la velocidad. A las dos horas y media de viaje, frenamos en una estación de servicio para ir al baño. Lo que no imaginaba era que esa sería la única parada. El tiempo de viaje fue casi perfecto y en aproximadamente cinco horas llegamos a Bagan.

Bagan es una de las provincias más conocidas de la antigua Birmania por los 4500 templos construidos entre los siglos XI y XIV. Tiempo después, la región empezó a sufrir las invasiones de los mongoles, y unos cuantos desastres naturales. Myanmar, actual nombre del país, fue gobernado desde el año 1962 hasta el 2011 por una dictadura militar a la que poco le importaba invertir en educación y salud. Demás está aclarar lo que le importaba la región de Bagan y su preservación. La junta militar que gobernaba hizo restauraciones sin respetar estilos ni materiales, asfaltó una autopista que atraviesa la superficie de los templos y permitió la construcción de una cancha de golf y un hotel de lujo, dentro de la misma. Por este motivo, y pese a los esfuerzos de la Unesco, nunca pudieron nombrarla patrimonio de la humanidad.

“Cuando era chico y empecé a tener el gran deseo de viajar, este era uno de esos lugares de mis sueños, de esos que veía las fotos y pensaba que nunca iba a poder conocer, que sería imposible”. Me dijo Mar el día que llegamos a Bagan. Le brillaban los ojos y su sonrisa no se achicaba ni siquiera por el calor sofocante del mini bus. Faltaba poco para llegar a nuestro hotel, y sin haber visto demasiado, me di cuenta que Bagan también se había convertido en uno de los lugares de mis sueños. Es que cuando se viaja en equipo, muchos de los deseos se comparten y los sueños de uno, se convierten en el sueño de ambos, se contagian. Atravesábamos Bagan en mini bus y sentía que mi pecho se hinchaba de felicidad.

Bagan templo
Bagan, tierra mágica burmesa

Hay lugares que son mágicos y lo sentís en cuanto pisas su tierra. Bagan es mágico, pero no solo por lo que es, sino por su energía, por lo que hace sentir. En ese momento, me di cuenta de la magnitud del lugar en el que estaba, la magnitud de todos lugares en los que había estado, y aquellos que visitaría en los próximos meses. Caí a tierra, tomé consciencia del viaje que había decidido hacer, del compromiso que habíamos asumido con Mar. El de embarcarnos en una convivencia intensa, exigente, y al 100%. Hay lugares que te obligan a parar, a detenerte a admirar lo que ven tus ojos, y a la vez, hacer ejercicio con la consciencia. Bagan es uno de esos lugares.

 

Si estás planeando visitar Bagan, te invitamos a leer algunos datos útiles acá.