La ruta, que se ondulaba cada vez más, comenzaba a encerrarnos entre una infinidad de vides. Allí estaban, llenas de uvas, esperando la vendimia para cumplir su cometido. El paisaje era verde, un verde tan fuerte como un helado barato lleno de colorante, ese verde que solo lo puede dar una hoja en su vitalidad máxima. El otoño estaba aún muy lejos. En cada rincón había una vid con sus uvas bien maduras, jugosas, que tentaban a mi mano a arrancarlas. Ni en Bordeaux ni en Bourgogne había visto semejante cantidad de vides plantadas. En el llano, al costado de la ruta, en los patios de las casas, en las colinas y hasta en las montañas, emergían como la nieve en pleno invierno.
Una semana tendríamos para recorrer Alsacia, tal vez, el lugar más esperado por los dos para conocer en la mágica y antigua Francia. Una Francia llena de pueblitos donde la velocidad máxima es 30 y donde, probablemente, la cantidad de habitantes también.
Husseren-les Châteaux
Este pueblo raramente será visto en una guía de viajes, y seguro que a casi nadie le parecerá de cuento de hadas como el resto. Sin embargo, la vista que tiene este pueblo sobre los campos es inigualable. Husseren está en la colina, en la parte más alta de Alsacia. Es la puerta de entrada o es la salida del valle, dependiendo el lado del que se llegue. Desde aquí, desde la parte más verde de todo el valle, comienza nuestro viaje (y también se encuentra nuestra cama y comida, ya que nuestro hospedaje estaba allí).
Eguisheim
¡Que comiencen los cuentos de hadas! En Alsacia, la infancia pasa por delante de los ojos. Desde que somos chicos, tenemos ese prototipo de vivienda en la mente como fantasía. Ese estilo con las vigas y columnas de madera a la vista, es de dibujo animado o de película fantástica. En una casa así vivió Blancanieves y también Papá Noel llenaba su bolsa. La casa de la bruja de Hansel y Gretel o la casa de la abuelita de Caperucita, también tenían este estilo. Es la sorpresa de ver una galleta de jengibre con forma de muñeco, abrir un regalo o creer en la magia.
La pregunta que puede surgir es si realmente alguien vive allí. En la mayoría de las casas vive gente local, no son pueblos armados para el turismo. Es verdad que lo mantienen perfecto para el turismo, ya que junto con el vino son los dos ingresos más importantes de la zona, pero las casas fueron construidas así en una época que el turismo masivo no existía.
Eguisheim es uno de los pueblos más pequeños. Su pintoresco centro histórico no abarca más que un par de cuadras a la redonda. Las casas, llenas de plantas y flores por fuera, están pintadas cada una con uno o dos colores diferentes. Hay casas de color rojo, azul, verde o naranja. Algunos colores se veían nuevos, otros gastados, todo en un tono viejo, pastel. Los carteles de las tiendas hacen juego con la escenografía, son de hierro y madera, y cuelgan al lado de cada puerta. Caminábamos y no había nada que contaminara la visual, ni luces led ni carteles gigantes. Lo único grande que había eran las chimeneas, donde en la gran mayoría de las cimas, había nidos de cigüeñas, que empollan en época cálida, en toda la región. Se las escuchaba gritar de nido a nido, como dos napolitanos discutiendo de balcón a balcón. En invierno no es problema encender las chimeneas ya que antes de eso habrán emigrado.



Basta de cuentos de hadas y hablemos de la comida. Al parecer la comida alsaciana tiene más raíces alemanas que francesas, el chucrut abunda y la sopa de cebolla escasea. Todo suena a alemán: Baeckeoffe, Munster o Fleisch Schnakas. Si buscan algo que no suene alemán hagan como nosotros y pida Choucroute, que de francés sólo tiene cómo está escrito.
Pero ¿por qué todo es alemán? No lo es, es alsaciano. Durante los años de la Primera y Segunda Guerra Mundial, Alsacia iba y venía en manos de Francia y Alemania. Sus costumbres, su comida y hasta su dialecto, son consecuencia de estos actos. Si logran escuchar su dialecto (está en vías de desaparecer, solo lo habla la gente muy mayor) van a notar que es como un alemán pronunciado con la nasalización francesa. Los franceses no lo entienden y los alemanes logran comprender alguna palabra.
Si de día era mágico, de noche se vuelve un teatro viviente. La luz de los faroles antiguos que tienen las casas sirven de especie de máquina del tiempo. Yo me hallaba en el siglo XXI pero mi imaginación vagaba por algún lugar entre épocas de antaño, o tal vez entre cuentos que realmente nunca existieron.



Estrasburgo
No todo es pueblo en Alsacia, al menos no todo tiene tamaño de pueblo. Estrasburgo es la ciudad grande, la hermana mayor, la que debe hacerse cargo de los negocios de la familia. Esta afirmación se puede ver al entrar a la ciudad con los edificios corporativos en las afueras como, por ejemplo, el edificio del Parlamento Europeo. Estrasburgo tiene universidad y una gran cantidad de jóvenes que le dan un tinte que la diferencia de los otros pueblos de Alsacia.
A pesar de la modernidad, no hay ciudad que se resista a mantener su centro histórico. Los cuentos de hadas regresan en cuotas, y el alma de pueblo comenzaba a estar a flor de piel. No hay tanto color en las casas de Estrasburgo, salvo algunos lugares, todo es de un color más apagado. Las casas de color blanco, gris o beige son mayoría, siempre manteniendo ese estilo de entramado de madera a la vista. Dependiendo de la época del año que se visite, los colores los aportan las flores, que cuelgan de cada balcón, ventana o puente.



Estrasburgo tiene una isla principal rodeada por un río del que cuelgan varios puentes decorados con flores de diferentes colores. Sobre el agua, las barcazas lo maquillaban de diferentes tonos y dan un cálido panorama a la ciudad. Sin importar qué sea la capital, el ritmo sigue siendo alsaciano. El señor sale de la panadería con su baguette o la señora compra en la verdulería eligiendo su fruta lentamente aunque el tiempo pase. Algunos vienen con maletines, pero nadie corre, nadie se apura. En Estrasburgo no hay tantos vicios de ciudad y el tiempo es relativo.
Nos sacamos una foto en el Pont Saint Guillaume con la Iglesia de Saint-Paul de fondo y caminamos en soledad a lo largo de la Grand’Rue, era temprano de mañana y pensé que no había turistas en la ciudad. Cruzamos varias veces el río por sus puentes, pero tampoco encontramos mucha gente.
¿No hay gente en Estrasburgo? Si, hay mucha pero toda amontonada. El panorama cambió en dos segundos, al encontrarnos de frente con la Catedral de Notre Dame de Estrasburgo. De golpe, aparecieron como un desastre natural: tours de asiáticos, reconocidos porque el guía lleva una banderita, turistas occidentales mayores de edad, reconocidos por sus camisas de mangas cortas con grandes bolsillos y sus sombreros de Cocodrilo Dundee. También me encontré de frente con una cuadra llena de restaurantes poco tradicionales y con comida más continental que alsaciana. Para completar, el famoso trencito de la alegría donde los padres entretienen a sus niños mientras recorren las partes más conocidas de la ciudad. Todo eso en cuestión de 200 metros.
Visiten Estrasburgo, disfruten la ciudad, puedo decir mil veces que había mucha gente, pero había mucha gente nivel Alsacia, donde nunca hay realmente mucha gente.



Colmar
Colmar es la segunda ciudad más importante de Alsacia y la más importante de la industria del vino. Combina una parte moderna similar a Estrasburgo y una parte antigua con el típico estilo alsaciano de cuento.
En la parte antigua de Colmar, los colores pueden ser un poco más cálidos que en otros pueblos. Hay casas con un tono amarillo apagado, algún color salmón o un beige. Era Julio, los balcones estaban llenos de flores y algunas puertas parecían mantener los adornos de navidad durante todo el año. Era una postal viviente o, mejor dicho, muchas postales juntas.
Caminar por los callejones fue terapéutico, me dejó dudando de mis preocupaciones y me invitó a disfrutar dejando toda la mochila de sinsabores en el estacionamiento. Arrastrar los pies por sus calles adoquinadas, ver sus edificios medievales con muros de entramado de madera y sus esquinas llenas de los famosos Stubhub es un paseo que amerita más de una tarde. El Stubhub es para Alsacia, lo que el pub es para Irlanda. Casi ningún restaurante dice restaurant, la mayoría dice Stubhub.
A la parte antigua la surca el río Launch, que pasa por el pueblo en forma de canal. Sobre el mismo caen las típicas construcciones germanas y los tradicionales balcones de hierro. Es calmo, casi sin movimiento en varios momentos del dia, y funciona en varios puentes de espejo de la ciudad, ideal para los amantes de la fotografía. Muchos la llaman “la pequeña Venecia”, por el río. Al momento de escribir este post, no conozco Venecia, pero debe ser realmente linda para que la comparen con Colmar.
Bergheim
Desolado, antiguo y con muy pocos comercios abiertos. Personas en su cotidianidad, yendo al supermercado o paseando al perro. Algunos cruces de palabras entre pueblerinos que son más saludos que conversaciones profundas, son diálogos de gente que se ve todos los días. Es que Bergheim es tan chico que seguro todos conocen las historias de sus vecinos, sus logros y sus fracasos.
Caminamos sus calles como el pueblo nos inspiraba: a un ritmo lento, caminando sin preocuparnos por que pase algún auto. Algunas casas están pintadas de algún color más fuerte de lo normal, como un turquesa propio del mar caribe. También hay casas que tienen más flores que baldosas en su exterior ¡si es primavera o verano que se note mucho!. En una ventana entreabierta, una tímida señora tocaba el violín. Tocaba fuerte hasta que se daba cuenta que alguien la miraba, ahí bajaba el sonido y prefería no formar parte de una escenografía, que a esa altura, la convertía en la actriz principal de la obra.
Ribeauvillé
Casas con colores alegres, balcones con estatuas del flautista de Hamelin y muñecos navideños, muchas bodegas con mesas en la calle ofreciendo degustaciones gratis. La parte histórica y más turística de Ribeauvillé está básicamente construida a lo largo de una calle, la Grand’Rue. Algunos callejones la cortan con el mismo encanto, pero casi todo sucede sobre la principal.
Hay panaderías que aromatizan el recorrido, abriéndote el apetito como si llevaras horas sin comer, con ese olor a pan francés. Hay restaurantes que por la hora que los recorrimos comenzaban a llenar sus mesas exteriores. Lentamente, la gente iba desapareciendo de la calle y apareciendo como arte de magia en los restaurantes.
Al final de la calle hay un arco con estilo medieval que separa el último tramo, sirviendo como un cuadro natural a la postal que era el conjunto de colores de la ciudad. Regresamos casi sin gente, como si el piso se las hubiese chupado. Es normal, el verano en la Alsacia puede ser demasiado pegajoso y al mediodía el calor se vuelve insoportable.
Riquewihr
El pueblo donde la navidad es eterna, dónde los negocios que venden artículos navideños no cierran en todo el año. Riquewihr tiene muñecos de mazapán, renos, enanos y mucho pero mucho adorno de navidad. Cuando la visité por primera vez, lo primero que me invadió fue la navidad, la navidad de todos. Sin importar si la navidad es en invierno o en verano, Riquewihr es navidad.
A Riquewihr se entra por su alcaldía. El famoso Hotel de Ville, pintado en un tono pastel rosa y crema con sus balcones y ventanas llenos de flores, está dividido al medio por un arco que da el ingreso al pueblo. Riquewihr se recorre libre, hay una calle principal llamada General De Gaulle que posee casas de todos los colores con el mismo tono pastel de la Alcaldía pero la navidad no solo se extiende sobre la principal. Doblando en cualquiera de las calles la postal sigue. El pueblo tiene forma de rectángulo y se recorre de forma horizontal y vertical.



Los negocios se presentan con el famoso rótulo de hierro forjado, sacado de la época victoriana. La estrechez de las cortadas las hacen aún más interesantes que la principal, me sentía atrapado en una casa de juguete. La imaginación volaba y deseaba con toda mi alma cerrar los ojos y que al abrirlos sea diciembre, y ver caer la nieve sobre esos techos de tejas. La cámara se agotó de lanzar disparos y yo me preguntaba si no eran todas las fotos iguales. Y aunque lo sean, no me importaba, seguía sacando igual.
Llegué a la puerta alta y giré, me di cuenta que ya había pensado la palabra postal tantas veces que no quería volver a pronunciarla, pero de igual manera la repito en este texto. El arco de la puerta me dejaba ver todo lo que había dejado atrás: colores, más colores y una navidad eterna, la que vuelve a Riquewihr único en Alsacia.
Los que me conocen saben que amo mucho la Navidad, sí, la Navidad ¿Ya dije navidad?



Kaysersberg
Traté de evitar todo lo que pude Kaysersberg. Procesé durante los días anteriores todo lo que pasaba por mi cabeza. Tenía una mezcla de sentimiento: tristeza, alegría, nostalgia y tal vez, un poco de bronca. Ese pueblo es la última morada de mi ídolo, de la persona que inspiró en mí el amor por los viajes y la gastronomía. Anthony Bourdain decidió quitarse la vida e irse de este mundo, el mundo que tanto amó y tanto recorrió. No era un pueblo más para mí.
Llegué a Kaysersberg distraído, sin prestar atención a los detalles, ni siquiera quise mirar el mapa. Tenía hambre y esa fue la excusa para evitar pensar todo lo que el pueblo significaba para mí.
El pueblo es pintoresco como cualquier otro pueblo de Alsacia. Podría volver a repetir que es una postal, que las casas son de colores y que la estructura de madera está a la vista. Bueno, lo repetí. Pero lo que tiene el pueblo de diferencial es que lo atraviesa el río Weiss de punta a punta (un nombre tan germano que ya no sé en qué país estoy). Por encima del río cruza un puente fortificado de piedra, construido hace cientos de años. Me daba ganas de cruzarlo una y otra vez, o de simplemente quedarme mirando el paisaje urbano desde ahí.
Kaysersberg fue elegido en 2017 como la ciudad preferida de los franceses y al conocerla entendí el por qué. La niña mimada tiene día y tiene noche. La escena nocturna un gran polo gastronómico donde la gente se acerca para cenar y pasar un gran rato sin el calor agobiante del mediodía.
¿Y llegué al hotel donde murió Bourdain? Sí, y no pude evitar emocionarme hasta las lágrimas. Le di mi adiós, el adiós de un desconocido, el adiós de una amistad unilateral, el adiós a alguien que me dio tanto que seguramente ni él sospechaba que podía calar tan fuerte y tan positivamente dentro de alguien. Le di el adiós a él y con eso me despedí de la Alsacia.
Hola !!! Me encantaria conocer esos lugares se ven muy lindos y atractivos.