


“Es domingo, 21 de enero de 2018, hace veinte días que empezó este viaje. Hace veinte días que nos fuimos de casa para cumplir nuestro sueño de viajar por el mundo. Hace treinta minutos que estoy sentada en una terraza de la ciudad de Agra, viviendo el atardecer, mirando el Taj Mahal de frente.
Estoy emocionada, no puedo evitarlo. El sol bajó, el cielo y el Taj se tiñeron de ese “naranja Brindamos” que caracteriza a los atardeceres. El sol se terminó de esconder y todavía veo niños en las terrazas de sus casas, remontando sus barriletes (cometas). Hace unos minutos se empezaron a escuchar los llamados al rezo de las mezquitas de la ciudad.
No sé demasiado sobre la religión musulmana y de lo que conozco, hay muchas cosas que no termino de comprender. Como me pasa con todas las religiones. Sin embargo, estar escuchando este llamado, me sensibiliza aún más. Los rezos, la fé, en este momento, y con esta vista, me eriza la piel y me hace sentir un revoloteo en la panza. Este momento, me hace caer a tierra.
ESTOY CUMPLIENDO UN SUEÑO. Estoy en India, lo cual me genera mil emociones diferentes. Y esto, es solo el comienzo. Estoy empezando un viaje enorme, que es uno de los sueños más importantes de mi vida. Estoy con la persona que amo y a pesar de que miles y miles de kilómetros me separen de mi familia, los siento cerca. Siento su apoyo y su emoción, tan o más grande que la mía, por estar hoy acá.
Todos los sentimientos que me vienen acompañando estos días, los buenos y los malos, toman forma en este momento. Todas esas emociones empiezan a clarificarse, de a poco empiezo a entender. Son sentimientos y emociones que toman forma y que me forman a mí, me cambian. Esos sentimientos y emociones están dejando su huella en mi vida, en mi forma de ver las cosas, en la forma en la que vivo la vida.
Así como pienso que no es verdad que a India la amas o la odias, sino que, en verdad, uno la ama y la odia constantemente. También digo que sí, es verdad, que de India no salís como entraste. Llegas siendo alguien, llegas siendo de una forma, pero te vas siendo otra, otra versión de vos misma “
Fragmento de mi diario de viaje, 21 de enero de 2018.
Sentimientos frente al Taj Mahal



Hasta ese día, no habíamos viajado en ningún tren de butacas normales. Todos los anteriores, habían sido trenes que hacían trayectos largos y nocturnos, por lo que eran con camas. El viaje de Jaipur a Agra fue una mañana, en un tren ejecutivo. Al parecer, a todos los extranjeros que habíamos sacado pasaje para este viaje, nos mandaron a un mismo vagón. No había ni un pasajero indio.
El tren estaba muy limpio, las butacas eran cómodas y grandes, ideales para dormir un ratito más. Pero no dormí. Viajar en tren de día es mi forma preferida de trasladarme de un lugar a otro. Así que me acomodé y disfruté del trayecto, del paisaje y del desayuno gratis que nos dieron. Iba rodeada de europeos, en un tren que no tenía nada que envidiarles a otros trenes. Por un momento creí que no estaba en India, pero que tampoco estaba en ningún otro país. A veces, en los viajes me pasa eso, me siento en el limbo. Ni allá, ni acá, me siento en transición.
Esa tarde, salimos a caminar por Agra y a intentar ver el Taj Mahal de lejos. Nuestra visita al interior sería la mañana siguiente. Así llegamos a la terraza del “Saniya Palace”, el hotel más mugriento que vi en mucho tiempo. Llevaba unos minutos aislada del tiempo y el espacio, con la mirada enfocada en el mausoleo más famoso del mundo. Mis pensamientos estaban corriendo la maratón más importante. Me di cuenta que, a pesar de haber otras atracciones, había ido hasta esa ciudad, solo para conocer el Taj Mahal. No me daba culpa, ni me daba vergüenza decirlo, deseaba conocer ese lugar. Saqué de mi bolsillo una hoja, una lapicera que siempre llevo conmigo, y decidí poner en palabras todo eso que corría en mí. Un tiempo después, decidí que, así como esas palabras salieron de adentro mío, las compartiría en un post.



Escribí ese fragmento en el momento en el que me di cuenta que conocer el Taj Mahal era, para mí, mucho más que conocer uno de los lugares más turísticos y fotografiados del mundo. Fue ahí, frente a esa edificación, que muchas de esas cosas en las que venía pensando se alumbraron de golpe. Podría haber sido cualquier otra cosa, un viaje en tren, conocer un colorido bazar o las conversaciones con gente local. Pero no, fue en esa terraza que hice un “clic”. “Clic” que usamos para referirnos a un momento de reflexión por el que pasamos algunas veces y que, en verdad, no sabemos bien cómo describir. Por algún motivo tenía ese capricho, esa necesidad de conocer el Taj Mahal. Quizás ese motivo era lo que me produciría verlo. Destino, lo llaman algunos.
Cuando decidimos hacer un cambio radical en nuestras vidas, sea cual fuere ese cambio, no es en el momento exacto en el que comienza, sino un tiempo después, cuando empezamos a procesarlo. A mí me llevo esos veinte días y un encuentro con el Taj Mahal, entender y decir en voz alta: “Soy yo, soy Car, y estoy cumpliendo un objetivo que llevo años construyendo y soñando”.
Quizás alguno se quedó con eso de que “van veinte días desde que empezó este viaje”. Y si, veinte días es muy poco. Veinte días es incluso menos de lo que han durado las últimas tres vacaciones de mi anterior trabajo. Sin embargo, veinte días en este viaje, es mucho más que veinte días. Hacía veinte días que había empezado a cambiar mi manera de vivir. Veinte días hacía que estaba en un país que no paraba un minuto de ponerme a prueba. Habían pasado veinte días de no tener que cumplir con imposiciones, ni con una rutina que se repetía día tras día.
El 100% de las decisiones que formaban mis días, ya me pertenecía. Hacía veinte días que pensar en Mayo era una incógnita. Veinte días atrás, había dejado de pensar en cuándo volvería a dormir en mi cama. Iban veinte días de elegir mi vestimenta entre 15 kilos de ropa que formaban mi mochila. Y no sabía por cuántos meses más, la vestimenta sería la misma. Ya habían pasado veinte días de convivir con la felicidad extrema que te produce cumplir un sueño, y la inmensa tristeza de extrañar a las personas más importantes de tu vida.



En mi anterior cotidianidad, veinte días me parecían una miseria de vacaciones. No por ser desagradecida, sino porque yo buscaba otra cosa. Esa tarde, los veinte días se convirtieron en una infinidad de momentos, enseñanzas, malestares y alegrías. Sentimientos que no quería cambiar por nada.
Recuerdo cuando me dijeron que el Taj está sobrevalorado, que hay lugares mucho más lindos e impactantes en India. Puede ser, pero uno no elige los sentimientos que lo sorprenden. Quizás no fue el Taj, sino la cantidad de días. Dicen que veintiún días son los que necesita una persona para adquirir un hábito. Pero a lo mejor, no fueron los días, sino el clima, o algo que escuché, o algo que leí. No lo sé. Probablemente haya sido una mezcla, un poco de cada cosa. Lo que sé, es que en ese atardecer empecé a ser más consciente, más agradecida, y más feliz por lo que había empezado a vivir.
Bellísimo relato !!! Te amo y te admiro muchísimo !!!!!❤❤❤